martes, 4 de agosto de 2020

El rey exmérito

Juan Carlos I. Foto tomada de Everipedia.

(Al filo de los días). Ascenso y caída del cazador cazado. ¿Dónde vas, Juan Carlos Primo, dónde vas triste de ti? Parecería que una respuesta pertinente a la copla popular borbónica, que hoy vuelve a cambiar su letra, fuera una rima fácil: «Majestad, ¿dónde vais?». «¡A Cascais!». Y también cabría hablar, por obvias alusiones, de un cementerio de elefantes. O alguna otra salida. Pero no. Como decía Gil de Biedma en nunca suficientemente elogiada sextina, «De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal». Y el presagio o diagnóstico sirve, y de qué modo, para este episodio vergonzoso, una vez más, de la saga de los Borbones: como si de un infame culebrón se tratase, la farsa real concluye de momento con el episodio de la fuga caribeña del Emérito, un giro de la historia que casi parece una venganza contra el que viene detrás. Es difícil pensar en una salida más chabacana. Y lo que venga.

Entre la cascada de opiniones sobre el asunto, y a falta acaso de lo que hubiera sido la síntesis de El Roto, me parece lo más oportuno recuperar este artículo de Jesús Mosterín, que fue en su día, si no la primera, sí una de las más contundentes denuncias de las bárbaras aficiones del entonces Rey vigente, de su torpeza moral y la grave sintomatología aneja, hecha además con la suficiente claridad y capacidad de raciocinio como para que el monarca, o sus asesores, hubieran tomado nota para corregir el rumbo y deriva de una nave que, como se ha visto, iba directa al despeñadero.
Como decía el lúcido profesor, «la noticia de que el Rey de España había ido hasta Rusia en avión especial a matar a un oso drogado enseguida ha dado la vuelta al mundo. La Casa Real se ha limitado a poner en duda que el oso estuviera drogado, que es lo de menos. Estas cacerías de animales protegidos o en peligro no incrementan precisamente el prestigio del Monarca y seguro que en su misma familia gozan de limitada aceptación. Alguien debería aconsejar al Rey, por su propio bien, que de una vez por todas aparte el dedo del gatillo». Pero no se hizo. Antes bien, hubo otros episodios muy vergonzosos, el último de los cuales —que sepamos— fue la inmunda cacería de elefantes saldada con el accidente que, a la postre, supuso el principio del fin del encubrimiento insoportable de una conducta del todo impropia y trufada, como se ha ido viendo y la justicia dirimirá, de numerosos episodios oscuros y presuntamente delictivos. Lástima que la sangre de Mitrofán corriera en vano.

Adiós a Julio Diamante


Julio Diamante en Córdoba, en 2004. Foto F. J. Vargas /El país.

Un recuerdo para Julio Diamante, de cuya muerte acabo de enterarme. La otra noche disfrutaba con Los que no fuimos a la guerra. Descanse en paz.

lunes, 3 de agosto de 2020

Trikiklos (28)



La vida, el juego,
la inteligencia a veces
y el ser mamífero.
La vida, el cine
la intersección de planos
y el ser mamífero.
L’amour, la mort,
la langue des oiseaux
et le mépris.
El cielo, el mar,
las islas del verano
y la memoria.
O sono, os soños,
o cheirume da herba,
os días de malla.
El tiempo suena:
sus monedas de agua
compran mi vida.
La vista, el cisne,
un buen amor, los libros...
y el ser mamífero.

La Sextimana

 


(Sextina elemental festivamente
acróstica para vadear el mes de Agosto)
Desde el cerro engañoso de los lunes
Oteo el panorama y veo al martes,
Menos preciso aún, rendirse al miércoles,
Indiferente y leve, porque el jueves
Niega en vano ponerle freno al viernes,
Gran eje del reloj que muere en sábado.
O será que los días que son sábado
Distinguen sus oficios por los lunes
Ominosos y esperan de los viernes
Menos premura y que también los jueves
Inclinen su querencia hacia los martes,
No vayan a fundirse con los miércoles.
Graciosos como pocos son los miércoles,
Ocurrentes y raudos porque el sábado
Despoja de sus galas a los jueves
O les niega la suerte de los lunes
Manumitidos en los días martes,
Incluso cuando el trece cae en viernes.
No es posible olvidarse de los viernes
Grandiosos de una vida cuando el miércoles,
Oasis temporal, busca su sábado
Detrás de la indecencia de los martes
Obstinados en dar muerte a los lunes,
Mientras sueñan que se despiertan jueves.
Incierto el aguacero que en los jueves
No recuerda su nombre y va hacia el viernes
Goteando pisadas tan de lunes
O acaso, previsible como miércoles
De ritmo renqueante, o como un sábado
Oculto en el mortal rito del martes.
Muerte por agua es propio de los martes,
Impertérrito día que hasta el jueves
Niega ser lo que es y espera el sábado
Glorioso de su vida, cuando un viernes,
O una sombra crecida desde el miércoles,
Difumina su aurora y vuelve al lunes.
Oscuro avanza el lunes hacia el martes
Mientras vacila el miércoles, y el jueves,
INGObernable en viernes, muere en sábado.

domingo, 2 de agosto de 2020

Sostiene Vargas Llosa




(Al filo de los días). Curioso a la par que interesante y hasta impertinente el artículo dominical de Mario Vargas Llosa. Qué razón tiene en su reivindicación del papel guiador y cancerbero de la gran crítica en el terreno literario, sin duda una de las más lamentables pérdidas impulsada por la banalización difundida por las redes sociales y su incesante reiteración de parabienes (u odios) recíprocos, pulsiones por completo ajenas al sosiego, atención e imparcialidad que requiere la tarea de opinar críticamente, además, claro está, de saber de lo que se habla. Es tal vez una de las más lamentables confusiones que, en buena medida, ha sido fomentada por la facilidad de los medios líquidos y el vaciado permanente de información sin formación. Vargas lo glosa con buenos ejemplos y cita nombres imprescindibles. Sin embargo, se diría que hacia el final de su artículo se le va un poco el oremus y termina nada menos que culpando al teatro y a la poesía de ser géneros «más plegables a la adaptación al medio, al conformismo y la resignación», mientras que la novela sería el último reducto de la lucidez. Curiosa opinión. Parece como si el Nobel peruano-español hubiera aprovechado las últimas líneas de su Piedra de toque para vengarse, taimada y tardíamente, de las reticencias de Borges frente a la “gran novela”, sobre la que no logró arrancarle, pese a su insistencia, un explícito reconocimiento. No hay que descartar, con todo, que la luz de agosto —a veces una espuerta de cal viva— vuelva más relevantes estas cosas.

Cobá y las ruinas del tiempo



«Los viejos dioses perdidos en el bosque» 
Ilustración ©️ Javier Serrano, 2020.

El camino de Cancún a Cobá no es para andado, aunque todo en esta vida viene a ser según y cómo, y algunos se han ido hasta Comala, que está más allá del más allá, para ver si encontraban a un pariente. Aquella vez estábamos de vacaciones en el Caribe mexicano y seducidos por las muchas bellezas de la península del Yucatán, cuando alguien nos habló de la antigua ciudad maya de Cobá, emplazada a sólo un par de horas en auto de nuestro hotel en Cancún. No lo pensamos mucho y, junto con otra pareja de turistas españoles, decidimos contratar un taxi para que nos llevara hasta las puertas del yacimiento.

El viaje transcurrió por carreteras principales y atajos laberínticos, y fue pródigo en palabras y complicidades. A menudo no es difícil encontrarle al mexicano la vena sentimental de la «madre patria», aunque incluso bajo esa fascinación, a poco que se presente la oportunidad, no dejen de recordarle a uno que, como dijo alguien, «aquello allá será lo mejor del mundo, pero las muestras que acá nos remiten son bien chingadas». Pero no hubo caso. Zacarías se portó de maravilla y fue un perfecto anfitrión.
Y de Cobá, ¿que decir? No voy a convertir mi relato en una guía de viaje, de modo que lo dejaré todo cifrado en poco más que el nombre y una visión. El primero ya está dicho, si bien convendría precisar que las ruinas de lo que fuera una importante urbe maya se encuentran en el estado de Quintana Roo. Hacia la segunda nos llevó el sendero de poco más de dos kilómetros que recorrimos desde la entrada del yacimiento hasta los diversos puntos donde se alzan los principales restos monumentales: sendos templos piramidales, numerosas estelas, altares y la estructura bien visible del Juego de Pelota.
Eran años en los que aún era posible ascender por las irregulares escaleras de las ruinas, y así lo hicimos en el caso de la llamada Pirámide de la Iglesia, una especie de mastaba de fuerte pendiente por la que trepamos hasta alcanzar la plataforma superior. Desde ella se imponía la extendida visión de las restos emergentes de diferentes construcciones de la antigua ciudad completamente devorados por la selva. He recordado a menudo esa interminable planicie verde punteada de puntos grisáceos, en especial durante los años, hasta diciembre de 2012, en que tanto se habló de la profecía maya del fin del mundo. Aquella superstición arrancaba de una estela encontrada en estas ruinas y, aunque es evidente que no se ha cumplido, tal vez haya algo que se nos escapa en los cómputos del tiempo. Y más cuando corren días en los que no es fácil estar seguro de casi nada, ni siquiera de en qué dirección se mueve la corriente general de la vida y, mucho menos, en qué sentido giran las manecillas del reloj.
(Las Caminatas, XIV)


sábado, 1 de agosto de 2020

Trikiklos (27)

Cecilia era

—y su voz sigue siendo—

una luz cierta.


***
Esta madrugada del 2 de agosto se cumplen 44 años de la muerte en accidente de circulación de Cecilia, una cantante muy especial a la que su temprana desaparición, unida a su inolvidable arte, transformó en un mito. El vídeo muestra uno de sus recitales. La Wikipedia relata así su trágico final: «El 2 de agosto de 1976, sobre las 5:40 horas de la madrugada, Cecilia falleció en un accidente de tráfico en la carretera C-620 (hoy renombrada como N-525), en el casco urbano de Colinas de Trasmonte, población del partido judicial de Benavente (Zamora). Regresaba tras un concierto celebrado esa misma noche en la Sala Nova Olimpia de Vigo (Pontevedra), y su automóvil, un Seat 124 LS matrícula M-2342-AX, se estrelló con la parte posterior de un carro tirado por bueyes , que circulaba sin luces, en un tramo de carretera que discurría por vía urbana pero en el que no había alumbrado público. También se apuntó como causa un cierto exceso de velocidad, pues estaba citada para unas grabaciones en Madrid a las 10 de la mañana y habían salido de Vigo sobre las 3 de la madrugada. En el momento del accidente iba dormida en el coche y murió de forma instantánea. La acompañaban sus tres músicos, dos de los cuales se salvaron con diversas heridas (como también el matrimonio de labradores que conducía el carro), pero desgraciadamente "Cegasa" (el batería), Carlos de la Iglesia, también murió en el acto. Por entonces se encontraba en el momento más glorioso de su carrera musical. Su fallecimiento dejó desolado a todo el país, pues la cantante poseía un carisma insólito y una popularidad sobresaliente. Tenía 27 años. Está enterrada en el Cementerio de La Almudena».