domingo, 5 de abril de 2020

(Para Clara, a los 30)


La imagen puede contener: una o varias personas y exterior(Al hilo de los días). Nadie esperaba estos tiempos de encierro cuando, hace tan solo unas semanas, hacíamos planes para esta Semana Santa, que se inicia precisamente hoy, una fecha muy especial para alguien muy cercano: mi hija Clara (Ramos Pinto), en este pese a todo claro domingo de Ramos de 2020, cumple 30 años. Parece un juego de palabras y parece —ay— que fue ayer, aquel jueves santo de 1990, cuando hacia las 13,30 de la tarde, en el cercano Hospital de San Francisco de Asís, vio por primera la luz de Madrid —y fue en verdad un día luminoso.


Desde entonces, y con Sagrario a los mandos de la nave, hemos vivido a una velocidad que ahora parece algo irreal toda la experiencia de una vida familiar llena de muy buenos momentos, de muchas alegrías, también de pérdidas y dificultades, de sueños que se cumplen y sueños que se esfuman, de sorpresas no previstas, de imprevistos gozosos... Y, sobre todo, contando siempre con la varita mágica del amor y la complicidad, esa pareja.
Ha querido el destino que esta circunstancia tan especial ocurra en una situación nada fácil. Pero vamos a hacer todo lo posible para que el día nos deje un recuerdo imborrable no precisamente por el encierro y la maldita peste, aunque sea casi imposible perder de vista tanto dolor.
De momento, he echado mano del álbum familiar y me he subido con ella, todavía un bebé, a un columpio-balancín, a ver si nos aireamos un poco. La foto, de julio de 1991, está tomada por Sagrario en el jardín del Pueblo Indalo, una conocida urbanización turística frente a las playas de Mojácar.
¡Felicidades, querida Clara! Esto —lo bueno de la vida, y pese a todo— no ha hecho más que empezar.

El verbinauta

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Aute, en mayo de 2012, fotografiado por Pepe Castro.
Hubiera querido salir a la calle como un crío a jugar con la nieve. Pero no era posible. Ya no había nieve. Ni calle. Así que me he venido hasta aquí, huyendo de los días de la peste, para dejar, al aire de su vuelo y como ofrenda, unas pocas palabras de su gusto. Pistas brotadas de su inolvidable instinto para poner buena ternura y verdad en la belleza: Rito, Espuma, Babel, Sarcófago, Amor y Muerte, Albanta, Alma, Fuga, Nudo, Templo (sólo ese nombre), Slowly (sólo ese ritmo), Alevosía, Aire/Invisible, Alas y Balas, Humo y Azar, Intemperie... Esta tarde vi ascender por sobre el cielo de los confinados el resplandor inconfundible del verbinauta. Y musité, a modo de plegaria, los ecos de una declinación: Aute, tú, ti, te, contigo.
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sábado, 4 de abril de 2020

La congoja retráctil

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El árbol de las manos. Foto tomada de Dreamsteam.
¿De quién era la mano que lo agarraba por dentro hasta casi cortar la difusión del aire por su caja torácica? Sabía que no era el efecto mental de la peste. Tampoco de la amenaza en la parte más próxima. Ni siquiera del miedo. Era ella, la vieja conocida. La siempre ausente. La extraña enemiga íntima que nunca tuvo un nombre capaz de darle un rostro. «¡Anda ya, japuta, mala puñalá te lleves y así nos dejes en paz!». Era una forma, entre graciosa y desesperada, de combatirla. También inútil. Sobre todo, inútil. Decidió llamarla «la congoja retráctil». A ver si así.
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viernes, 3 de abril de 2020

Balcones

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Patio, balcones, cristaleras. Foto ©️ Pavel Dzelianko.
(En aquellos días aciagos no faltaban los besugos. Bien oiréis lo que decían estos dos sin disimulo:)
—¿Y qué, compadre, cómo se lo trajina?
—¿Lo cualo?
—Ja, ja. Veo que ni encerrado pierde el sentido del humor.
—Ah, es por eso. Lo voy pasando.
—Usted tampoco era de mucha calle que digamos,
—¡Y usted qué sabe!
—Hombre, desde acá lo veo a menudo.
—Ya veo, se pasa la vida en el balcón.
—No sólo. También subo a la azotea.
—A esa no la conozco.
—Y como, además, anda usted siempre vestido con esa ropa de camuflaje, no se me despinta.
—Ya. Pero resulta que sólo me la pongo ahora. Para los ejercicios de resistencia.
—Lleva usted resistiendo toda la vida. No sea modesto,
—Pues en eso no seré yo el que le quite la razón, mire.
—Ah, aprovecho para felicitarle por sus hallazgos.
—¿?
—Y también para decirle que respeto su disciplina...
—¿Mi disciplina?
—Sí, sí...
—¡Pues ya verá cuando le enseñe el cilicio!
—¡Pero cómo es usted!
—Lo digo sin retranca.
—¡Ya, ya!
—Sí, hombre, créame. Que con esto de la reclusión todo el mundo parece haberse olvidado de algo...
—¿Y qué es ello?
—Que estamos en cuaresma.
—Eso es verdad.
—Y hoy es viernes. Viernes de cuaresma.
—Ah, si es por eso... ¡le vendo una bula!
—Y para que quiero yo...
—¿.... una bula vendada?
—¡Se las sabe todas!
—¡Usted sí que sabe!
(Y de balcón a balcón, poco después de las ocho, cada día se saludan como dos viejos... repollos).

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jueves, 2 de abril de 2020

El Conjuro

La imagen puede contener: texto
Alfabeto en grafiti. Libre de atribución.
Andaba por las horas del día confinado no sólo por las paredes de su casa sino también por las sombras de palabras que se iban dibujando sobre los muros, en las mesas y armarios, en los estantes y los lomos de los libros —como tejuelos ominosos—, en la cama, incluso en el gran espejo en el que cada vez se le hacía más difícil reconocerse. De modo que no tuvo más remedio que anotarlas, una a una y en estricto orden alfabético, por ver si así, atrapadas por la luz de la pantalla como polillas voladoras, podía al fin librarse de ellas y de su angustia: Brote, Cápsida, Dolor, Epidemia, Fiebre, Fómite, Incidencia, Inmunidad, Morbilidad, Mortalidad, Números, Pandemia, Portador, Prevalencia, Reservorio, Vector, Virión, Virulencia, Virus... Al final, separada por un renglón de seguridad y en letras versales, escribió la última palabra: VIDA. Y pulsó “Enter”.
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miércoles, 1 de abril de 2020

Rebeldía de la edad madura


(En voz alta). La conciencia y rebeldía del poema de Dylan Thomas que, no por nada —ahora lo comprendemos—, nos venía rondando tanto últimamente. En la voz de Anthony Hopkins. Una plegaria, hermosa, consoladora, valiente..., cuando nos cercan las sombras. Y también una forma de tomar impulso. «Rage, rage...»

Caronte

La imagen puede contener: nubes, cielo, océano, exterior, agua y naturaleza
Eric Martín Contreras: La barca de Caronte, 2008.
Caronte, el barquero de la Estigia, está perplejo. Por más que lee y relee el Edicto de Medidas Especiales (EME) para los días de la peste, no encuentra que su tarea esté incluida entre las consideradas de urgencia o primera necesidad. Con la que está cayendo y con el mes que se inicia —justo aquel en que el poeta, a la vista del Puente de Londres, dijo que «nunca hubiera creído que la muerte pudiera llevarse a tantos»—, en un estado así, ¿quién se atrevía a prescindir tan ostensiblemente de sus servicios? ¿Sería olvido? ¿Tal vez ofensa? ¿Acaso una variante, algo absurda pero no impensable, de la falta de lecturas del legislador? «Pues, no sé —se decía el Barquero mientras colgaba de nuevo el remo en el zaguán de su confinamiento—, pero como empiecen a cargarse los mitos, ni siquiera va a ser posible morirse de verdad». Y, muy apesadumbrado y algo más macilento, se iba a la cama.
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