viernes, 31 de octubre de 2014

La sencilla belleza


O la belleza, sencillamente. 

Anoche, mientras disfrutábamos en Las Tablas del cante poderoso de La Macanita (otro día la traeré a la Posada), comentaba con un compañero de profesión las ventajas e inconvenientes de esta Red que nos tiene más o menos atrapados a todos. Y que, al tiempo que cambia nuestras costumbres, nos obliga a hacer todos los días un esfuerzo suplementario de comprensión, especialmente a quienes tenemos un alma antigua, amamantada a los pechos de otras galaxias. 

Esta mañana, mientras trabajaba en buscar la mejor manera de transmitir algunos fundamentos sobre expresión corporal, con destino a un texto escolar para alumnos de Secundaria, he tenido la suerte de «caer» en el vídeo que muestro arriba. No es nada del otro mundo (¡y menos mal, tal día como hoy, ya con tanta alma en pena, tanto zombi y tanto  jalowín invadiéndolo todo!). Pero confieso que su contemplación me ha producido una emoción intensa, difícil de explicar. Y, de paso, me ha facilitado una  pista decisiva para resolver el trabajo que me ocupa. 

En los tiempos convulsos y desalmados que vivimos, donde tan acuciantes son las dudas acerca de si esta tecnología invasiva que nos rodea no nos estará precipitando en un abismo sin salida,  o si, por el contrario (¿complementario?), se puede acabar convirtiendo en la herramienta que nos ayude a manejar el caos, en medio de ese dilema, ya digo, hay días afortunados en los que las nuevas formas de trabajo nos acercan a hallazgos como este. Pequeñas islas del ciberespacio que, en su perfecta sencillez, son un remanso de alegría y belleza. 

Que lo disfruten, en toda su intensa sencillez. Y sin necesidad de tener que elegir, al menos por una vez, entre truco (de mangantes) o trato (de corruptos). Y no olviden hincarle el diente, si les place, a unas buenas castañas de Santos y Difuntos.

Aunque figura en los créditos (al final), quede constancia de que el vídeo está firmado por Vicky, Pro Arte, Gijón. Y está fechado en junio de 2012.

lunes, 27 de octubre de 2014

Sesión golfa


BALAS AL ALBA (HABLA LA SALA B)

Aquella noche acudí a la sesión golfa de los Cines Ideal para ver El sexto sentido, que se me había despistado en su estreno y ya sólo se proyectaba a deshora. Cuando entré, la sala estaba completamente vacía y al empezar la película únicamente pude ver a otro espectador sentado unas filas más atrás. Disfruté de la historia en unas condiciones inmejorables para sentir el placer del miedo controlado y hasta un leve erizamiento de la espina dorsal en algunas de las escenas más logradas: el descenso al sótano de la casa, la espalda cruel del paseante del baño, la luz agonizante en la tienda de campaña, el filo de luz blanca en la cocina, el susto mortal junto a la ventanilla del coche, la perplejidad creciente de Bruce Willis, tan parecida al ensimismamiento... Y saboreé el presentido pero inesperado final con la alegría del que, tras haber deambulado por callejones siniestros de la imaginación, se sabe al otro lado de la pantalla. Cuando salí de la hipnosis para volver a casa, me di cuenta de que estaba solo en la sala. Los títulos de crédito ya habían terminado (siempre agoto la visión de las cintas) y sin embargo el proyector seguía encendido, iluminando la pantalla con un marco vacío de luz sucia. Fue entonces cuando, provenientes de no sé dónde pero reales como las palabras que las nombran, vi dos balas atravesar la sala, apenas unos centímetros por encima de mi cabeza, y caer sobre aquella mancha lechosa que aún refulgía en medio de la pantalla. Por los dos agujeros que los proyectiles dejaron en la pared se colaban, con una limpieza de navaja recién afilada, lo que pensé que serían los primeros rayos del amanecer. Sin embargo, como comprobé al salir a la humedad de la calle, todavía era de noche. Y en la sala de al lado aún no había concluido la última sesión. Supongo que no será necesario añadir que en ella se estaba proyectando un western. Pero no logro recordar su título.

Fotograma de Cawboys & aliens, de Jon Favreau (2011).

(AJR: 7,23; Palíndromos ilustrados, XXXIX)

sábado, 25 de octubre de 2014

La zorra guardando las uvas


Al oír esta mañana por la radio a María Dolores Cospedal diciendo en una reunión de su partido en Murcia que «la corrupción escandaliza tanto al PP como a los ciudadanos», o que «algunas cosas se conocen por el ejercicio de transparencia que está haciendo el PP», entre otras "uvas maduras" que me ahorro, inevitablemente me he acordado de la vieja sabiduría que sentencia que no hay cosa más insensata que juntar raposas y uvas. O zorras y gallinas, dos palabras, por cierto, estas últimas que no sé por qué llevan encima cargas de dobles sentidos tan oprobiosas, y de las que no quiero ni acordarme aquí porque insultan a la inteligencia. Aunque en la condición de producir ese efecto, a la vista está que no son únicas.

Foto: EFE/Ballesteros.

martes, 21 de octubre de 2014

Metropolitano

Estación de Chamberí - Wikipedia, la enciclopedia libre
Estación de Chamberí del Metro de Madrid. Wikipedia
Bajo puentes de luz que el día construye,
sucio de lluvia urbana,
el remolino de mis pasos sigue
las huellas blancas del lobo estepario.

En el andén del metropolitano
el reloj marca con ritmo digital
el tiempo exacto 
que empieza a separarme de su cuerpo.
Se suceden carteles en penumbra
y un destello que cruza fugazmente 
descubre las ruinas
de una vieja estación ya clausurada.
«Moda ideal», alcanzo a leer en grandes letras
junto al dibujo borroso de un modelo sin rostro, encorbatado.

Después, un largo túnel y el bulto descompuesto
de un hombre que parece tener algún problema con su sombra
reflejada en la puerta de cristal que tengo frente a mí.

El tren se para.

Me acuerdo de Pessoa,
quiero decir, 
del ingeniero Álvaro de Campos
mirando una mañana de verano,
en los muelles del Tajo,
donde la Ciudad Blanca
aún conserva su estela colonial
y el trasiego de viejos marineros,
mirando cómo entraban los barcos en el puerto:
pequeño, negro y claro, un paquebote
removía las aguas
y su melancolía.

Y un volante –memoria ya de otro
que recuerda los recuerdos ajenos–
giraba en su interior hasta llevarle
al fondo de una novela de piratería
en la que él –¿quién?–
gozaba con las muertes 
y los delirios de la crueldad,
imaginando las más abyectas acciones predadoras,
para, después, al ritmo de un nuevo giro del volante,
sentir que en verdad era,
quería ser, la víctima.
Y yo, al leerlo, sentado en mi sofá,
muchos años después y hace ya muchos años,
sentía una emoción que me ponía 
al borde de las lágrimas.

El tren parte.

Han entrado dos nuevos viajeros
y es otra vez el túnel 
con su paso veloz  
el que lo funde todo
en una larga estela de guiños
que no alcanzan a crear una imagen.
El traqueteo monótono consigue
adormecerme y, sin quererlo,
vuelvo a escuchar el eco de la voz
que me dejó perplejo ante el teléfono
cuando esperaba su llamada.

«Buenas tardes. Me llamo Rosana Caridad,
de Irish Life, quizá usté ya conozca
el nombre de nuestra compañía.
Le llamo porque hemos
preparado una nueva gama
de productos y sería un placer
visitarle en su propio domicilio
o en su trabajo
para, personalmente,
explicarle
las muchas, sí, muchísimas, ventajas
que encierran para usté...
Mire, se trata de seguros a la carta,
baratísimos, con sus cómodas cuotas,
se pagan sin sentir,
y cubren riesgos, ya sabe, en estos tiempos,
hasta un millón y medio por su vida,
y medio millón más si pierde un ojo,
un brazo, un dedo,
cinco millones en caso de siniestro total, Dios no lo quiera...
se ha parado a pensar,
vivir es fácil,
pero si un día, Dios no lo quiera,
librarse de esa angustia...
usté y los suyos...,
seguridad... a salvo...
sin problemas...
con mucho gusto...
oiga...
está usté ahí?...
me escucha?...
oiga...,
oiga...!!»

El blanco de mi mente 
se funde con el blanco del neón.
Al salir, los pasillos mecánicos 
llevan un cargamento de gente que se ignora.
Detrás de mí va el hombre que parecía roto.
El aire de la calle, sucio de lluvia sucia,
me hiere la mejilla
y, sin saber por qué, 
siento que algo
se rompe en el silencio 
conmovido de mi alma,
siento que estoy llorando sin lágrimas,
y no importa, mientras la vida siga
y haya metros que midan la distancia de idéntica manera
y haya poemas que podamos leer
o emociones que puedan recordarse,
qué importa que hace poco,
ayer mismo, hace un siglo, me dijeras: 
«Adiós, amor, nunca más nos veremos».

[En estos días inusitadamente calurosos de octubre el Metro de Madrid cumple 95 años. No tantos, pero si unos cuantos (pongamos que veintitantos), tiene el poema que hoy dejo en la Posada. Recuerdo que lo escribí de un tirón, poco después de haber recibido por teléfono la llamada publicitaria que en él se recrea, y en la que las cifras, en pesetas, son una clara marca de época de un texto sobre el que he vuelto varias veces a lo largo de estos años, y siempre sin saber a qué atenerme. La decisión de compartirlo ahora, no sin muchas dudas, es en el fondo, y sobre todo en la forma, la mejor manera de librarme de él. La imagen que lo ilustra, pescada en la red, corresponde a la famosa estación fantasma de Chamberí, también evocada en el texto y que hoy es la sede de un museo dedicado a recordarnos la importancia que en la vida de la capital ha tenido y tiene el medio de transporte urbano por excelencia.]





miércoles, 15 de octubre de 2014

martes, 14 de octubre de 2014

El fantasma


  Se oye un lamento*
en la silla vacante
de la hache muda.

(*Variante: Hay ahí un "ay",)

La silla, de Van Gogh (1898, National Gallery, Londres)

(Haikucedario, 2)


lunes, 13 de octubre de 2014

Hablando de lo mismo


O la urgente evanescencia (que es como mi particular Pepito Gríllez me está pidiendo que titule este post. Aunque no voy a hacerle caso. O sólo a medias).

Esta mañana ha llegado a mi buzón de boletines el mensaje semanal de los chicos y chicas (me parece que ellas son más) de le cool magazine, una de esas nuevas brújulas de Internet que tan útiles pueden resultarnos para no perder el rumbo ni el tiempo (o, según como se mire, para dilapidar entrambas cosas a la vez). La introducción, que -lo confieso- es casi lo único que suelo leer cada semana, salvo alguna excepción, me parece que refleja bien la sensación de urgente evanescencia que comienza a rodearlo todo en un mundo del que Internet y sus derivas son ya los dueños absolutos, sin que acaso sepamos bien qué significa eso. Y, lo que es peor: sin que tengamos tiempo ni tal vez voluntad de querer saberlo. Por otro lado, con mensajes como éste se refuerza mi decisión de mantenerme al margen, en lo que puedo y al menos como usuario directo, de Facebook, Twitter, Instragram y otras formas de pescar incautos o gente desocupada (lo que no quiere decir que uno no tenga también su propia forma de clamar en el desierto...).  Aquí copio el susodicho párrafo. Y con él, la inevitable y también contradictoria sugerencia de visitar un sitio que, por lo demás, tiene una utilidad tan indudable como seguramente ociosa. Así que no se lo pierdan. Ni tampoco el vídeo que cuelgo abajo, con la muy grata sorpresa de Funambulista & Andrés Suárez. La vida que dan las vueltas.
 ¿Alguien recuerda el momento exacto en el que Internet lo inundó todo? Por más que huyas o te escondas, ahí está: lanzándote silbiditos, recordándote sus múltiples voces. Por no hablar del vértigo cuando por la mañana, aún somnoliento, abres Facebook o Twitter y la sucesión de gritos, comentarios ingeniosos y chistes hipercondensados sobre la actualidad te asaltan como una jauría de perros. No voy a hablar de perros, ni de espadas, ni de ese maldito virus esdrújulo. La verdadera viralidad pertenece a Internet. Y gracias a esa disparatada instantaneidad ahora nos permitimos el lujo de felicitar al triunfante novelista francés. Y ahora sí, nos sacudimos un poco el polvo de las neuronas y te dejamos con un montón de ideas para disfrutar sin contagios ni ciencia ficción.