martes, 21 de octubre de 2014

Metropolitano

Estación de Chamberí - Wikipedia, la enciclopedia libre
Estación de Chamberí del Metro de Madrid. Wikipedia
Bajo puentes de luz que el día construye,
sucio de lluvia urbana,
el remolino de mis pasos sigue
las huellas blancas del lobo estepario.

En el andén del metropolitano
el reloj marca con ritmo digital
el tiempo exacto 
que empieza a separarme de su cuerpo.
Se suceden carteles en penumbra
y un destello que cruza fugazmente 
descubre las ruinas
de una vieja estación ya clausurada.
«Moda ideal», alcanzo a leer en grandes letras
junto al dibujo borroso de un modelo sin rostro, encorbatado.

Después, un largo túnel y el bulto descompuesto
de un hombre que parece tener algún problema con su sombra
reflejada en la puerta de cristal que tengo frente a mí.

El tren se para.

Me acuerdo de Pessoa,
quiero decir, 
del ingeniero Álvaro de Campos
mirando una mañana de verano,
en los muelles del Tajo,
donde la Ciudad Blanca
aún conserva su estela colonial
y el trasiego de viejos marineros,
mirando cómo entraban los barcos en el puerto:
pequeño, negro y claro, un paquebote
removía las aguas
y su melancolía.

Y un volante –memoria ya de otro
que recuerda los recuerdos ajenos–
giraba en su interior hasta llevarle
al fondo de una novela de piratería
en la que él –¿quién?–
gozaba con las muertes 
y los delirios de la crueldad,
imaginando las más abyectas acciones predadoras,
para, después, al ritmo de un nuevo giro del volante,
sentir que en verdad era,
quería ser, la víctima.
Y yo, al leerlo, sentado en mi sofá,
muchos años después y hace ya muchos años,
sentía una emoción que me ponía 
al borde de las lágrimas.

El tren parte.

Han entrado dos nuevos viajeros
y es otra vez el túnel 
con su paso veloz  
el que lo funde todo
en una larga estela de guiños
que no alcanzan a crear una imagen.
El traqueteo monótono consigue
adormecerme y, sin quererlo,
vuelvo a escuchar el eco de la voz
que me dejó perplejo ante el teléfono
cuando esperaba su llamada.

«Buenas tardes. Me llamo Rosana Caridad,
de Irish Life, quizá usté ya conozca
el nombre de nuestra compañía.
Le llamo porque hemos
preparado una nueva gama
de productos y sería un placer
visitarle en su propio domicilio
o en su trabajo
para, personalmente,
explicarle
las muchas, sí, muchísimas, ventajas
que encierran para usté...
Mire, se trata de seguros a la carta,
baratísimos, con sus cómodas cuotas,
se pagan sin sentir,
y cubren riesgos, ya sabe, en estos tiempos,
hasta un millón y medio por su vida,
y medio millón más si pierde un ojo,
un brazo, un dedo,
cinco millones en caso de siniestro total, Dios no lo quiera...
se ha parado a pensar,
vivir es fácil,
pero si un día, Dios no lo quiera,
librarse de esa angustia...
usté y los suyos...,
seguridad... a salvo...
sin problemas...
con mucho gusto...
oiga...
está usté ahí?...
me escucha?...
oiga...,
oiga...!!»

El blanco de mi mente 
se funde con el blanco del neón.
Al salir, los pasillos mecánicos 
llevan un cargamento de gente que se ignora.
Detrás de mí va el hombre que parecía roto.
El aire de la calle, sucio de lluvia sucia,
me hiere la mejilla
y, sin saber por qué, 
siento que algo
se rompe en el silencio 
conmovido de mi alma,
siento que estoy llorando sin lágrimas,
y no importa, mientras la vida siga
y haya metros que midan la distancia de idéntica manera
y haya poemas que podamos leer
o emociones que puedan recordarse,
qué importa que hace poco,
ayer mismo, hace un siglo, me dijeras: 
«Adiós, amor, nunca más nos veremos».

[En estos días inusitadamente calurosos de octubre el Metro de Madrid cumple 95 años. No tantos, pero si unos cuantos (pongamos que veintitantos), tiene el poema que hoy dejo en la Posada. Recuerdo que lo escribí de un tirón, poco después de haber recibido por teléfono la llamada publicitaria que en él se recrea, y en la que las cifras, en pesetas, son una clara marca de época de un texto sobre el que he vuelto varias veces a lo largo de estos años, y siempre sin saber a qué atenerme. La decisión de compartirlo ahora, no sin muchas dudas, es en el fondo, y sobre todo en la forma, la mejor manera de librarme de él. La imagen que lo ilustra, pescada en la red, corresponde a la famosa estación fantasma de Chamberí, también evocada en el texto y que hoy es la sede de un museo dedicado a recordarnos la importancia que en la vida de la capital ha tenido y tiene el medio de transporte urbano por excelencia.]





miércoles, 15 de octubre de 2014

martes, 14 de octubre de 2014

El fantasma


  Se oye un lamento*
en la silla vacante
de la hache muda.

(*Variante: Hay ahí un "ay",)

La silla, de Van Gogh (1898, National Gallery, Londres)

(Haikucedario, 2)


lunes, 13 de octubre de 2014

Hablando de lo mismo


O la urgente evanescencia (que es como mi particular Pepito Gríllez me está pidiendo que titule este post. Aunque no voy a hacerle caso. O sólo a medias).

Esta mañana ha llegado a mi buzón de boletines el mensaje semanal de los chicos y chicas (me parece que ellas son más) de le cool magazine, una de esas nuevas brújulas de Internet que tan útiles pueden resultarnos para no perder el rumbo ni el tiempo (o, según como se mire, para dilapidar entrambas cosas a la vez). La introducción, que -lo confieso- es casi lo único que suelo leer cada semana, salvo alguna excepción, me parece que refleja bien la sensación de urgente evanescencia que comienza a rodearlo todo en un mundo del que Internet y sus derivas son ya los dueños absolutos, sin que acaso sepamos bien qué significa eso. Y, lo que es peor: sin que tengamos tiempo ni tal vez voluntad de querer saberlo. Por otro lado, con mensajes como éste se refuerza mi decisión de mantenerme al margen, en lo que puedo y al menos como usuario directo, de Facebook, Twitter, Instragram y otras formas de pescar incautos o gente desocupada (lo que no quiere decir que uno no tenga también su propia forma de clamar en el desierto...).  Aquí copio el susodicho párrafo. Y con él, la inevitable y también contradictoria sugerencia de visitar un sitio que, por lo demás, tiene una utilidad tan indudable como seguramente ociosa. Así que no se lo pierdan. Ni tampoco el vídeo que cuelgo abajo, con la muy grata sorpresa de Funambulista & Andrés Suárez. La vida que dan las vueltas.
 ¿Alguien recuerda el momento exacto en el que Internet lo inundó todo? Por más que huyas o te escondas, ahí está: lanzándote silbiditos, recordándote sus múltiples voces. Por no hablar del vértigo cuando por la mañana, aún somnoliento, abres Facebook o Twitter y la sucesión de gritos, comentarios ingeniosos y chistes hipercondensados sobre la actualidad te asaltan como una jauría de perros. No voy a hablar de perros, ni de espadas, ni de ese maldito virus esdrújulo. La verdadera viralidad pertenece a Internet. Y gracias a esa disparatada instantaneidad ahora nos permitimos el lujo de felicitar al triunfante novelista francés. Y ahora sí, nos sacudimos un poco el polvo de las neuronas y te dejamos con un montón de ideas para disfrutar sin contagios ni ciencia ficción.



viernes, 10 de octubre de 2014

Modianobel


Aún no había logrado salir de los bulevares periféricos cuando se encontró caminando 
por los paseos de circunvalación. 


Ayer le concedieron el Premio Nobel de Literatura al escritor francés Patrick Modiano. 
Vive la France! Le française vive!

Polifonías


Fue tan bonito
me besó dimitido
de postre llueve



lunes, 6 de octubre de 2014

Piedra y centro (y un cálculo cruel)




Piedra que pesa 
y sin embargo vuela.
Centro que une 
aunque también divida.
Voces de dentro: 
piedra, centro, fondo.
Palabra sola 
pero compartida.

Porque, en el fondo, 
la palabra es piedra
que va derecha 
al corazón del agua.
El agua sube 
siempre desde el fondo.
Y hacia lo hondo 
asciende la palabra.

Piedra, palabra, agua, fondo, centro:
máscaras habitadas 
del silencio.


De muy atrás, tal vez contemporáneos de la publicación de uno de los libros capitales de José Ángel Valente, son estos versos que andaban perdidos en un viejo archivo y que ahora he recuperado gracias a una soleá de La Serneta, una de las más afortunadas letras del flamenco, llena de una hondura que en la voz de la Niña de los Peines alcanza la intensidad del cante puro. Lo que no sabía, cuando trasteaba con estas resonancias, era que acaso estaban siendo aviso de un leve pero muy doloroso cólico nefrítico que hace unos días me hizo ver, durante unas horas, las estrellas de un cielo asolador. Soy consciente desde hace mucho de la verdad que encierran las palabras de la poesía, pero nunca sospeché que la exactitud de su cálculo pudiera ser tan implacable.