jueves, 31 de enero de 2013

"Ororabilidad"


Cospedal, aunque a punto de trabucarse, lo dice bien: no van a consentir que se ponga en cuestión "la ororabilidad" de los dirigentes del PP (minuto 5:55). Se admiten apuestas sobre el significado del neologismo, incluida su raíz de apariencia avarienta y la hache ausente. Por lo demás, y mientras llegan los resultados de la «auditoría interna que se someterá a una auditoría externa» (¡con un par!), quién duda de que en todo este asunto de Bárcenas la responsabilidad última habrá de recaer sobre el mero azar. Eso sí, un azar que se escribe con n. Intercalada.

martes, 29 de enero de 2013

Un sombrero para el rey


(En el Mural de la Posada,  dejada por mano de uno de sus huéspedes y acompañada de las imágenes que también reproduzco, aparece hoy esta «Carta abierta, con una sugerencia, al rey Juan Carlos I de Borbón». No lleva firma legible, aunque tampoco es anónima, y dice lo siguiente:)



Majestad, muy señor mío:

Disculpe el atrevimiento de estas letras que seguramente nunca llegarán a molestarle. Aunque quién sabe... Internet lo está poniendo todo patas arriba y estamos viendo cosas que no habíamos siquiera sospechado. El caso es que, al enterarme de que su colega y coetánea, la reina Beatriz de Holanda, ha decidido pasarle el testigo con forma de cetro a su hijo de 45 años, me he acordado del monóculo del general Spínola, protagonista de una historia que VM, tan bien informado y conocedor de la importancia que algunos sucesos de apariencia anecdótica pueden alcanzar en tiempos cruciales, sin duda tendrá presente. No negaré que ese recuerdo es, quizás como todos, un capricho de la memoria, pues las circunstancias que ponen a uno y otro hecho en contacto sólo guardan cierto parecido, algo así como un aire de familia. Pero la similitud sin duda existe. Y es sabido que las analogías las carga el demonio.

Es el caso que el mencionado general portugués, famoso por portar un monóculo en su ojo izquierdo (¿o era el derecho?), publicó en 1974 un libro titulado Portugal y el futuro, en el que sugería algunas salidas para la dictadura salazarista apalancada en el país vecino. Al poco tiempo hubo en Madrid, según los rumores y muchos testimonios, ciertos movimientos postales, a la usanza de entonces, cuyo destinatario fue el general Manuel Díez-Alegría, por entonces jefe del Alto Estado Mayor del Ejército. Se decía que todas esas cartas coincidían en un punto: contenían monóculos, en algunos (pocos) casos, reales y con su cristalito bien pulido, aunque la mayoría lo que portaban eran imágenes de monóculos recortadas de anuncios, de viejos grabados o de viñetas humorísticas publicadas en la prensa de aquellos días.  La intención era evidente, además de ingeniosa. Díez-Alegría estaba considerado como uno de los pocos mandos "aperturistas" del ejército español.  En alguna ocasión se le había oído mostrarse convencido de que «el ejército debe de estar supeditado al poder civil, sea éste del signo que sea». Aquella correspondencia si duda le animaba a explorar la posibilidad de desempeñar en la España de entonces un papel similar al que estaba teniendo el general Spínola en Portugal.

Fiado en que esa analogía conserve cierto poder de persuasión, del que quizás carezcan otros argumentos de peso que podrían esgrimirse (y están en la palestra), me atrevo a enviarle con este mensaje, y con el debido respeto, un simbólico sombrero que Su Majestad sin duda sabrá interpretar en su recto sentido. Confío en que este gesto y la imagen le lleven a meditar sobre la trascendencia del momento que todos vivimos en España, también y acaso de forma especial (aunque por motivos de naturaleza bien distinta) la monarquía. Y que esa meditación se plasme en decisiones.

Es muy probable que haya llegado el momento, hoy mejor que mañana, de dar pasos que dentro de poco tal vez puedan ser tardíos o, aún peor, inútiles, quién sabe si imposibles. Esta sociedad, que quizás nunca fue monárquica, más allá de cierta sensibilidad a flor de piel y una marcada propensión al histerismo gratificante, es palmario (las encuestas lo muestran) que ha empezado a dejar de ser juancarlista..., además de estar, como suele decirse y viene a propósito, hasta el gorro de tantas cosas... «Saber retirarse a tiempo es una victoria», dice un viejo aforismo.

Majestad, en corto y por derecho: ¿no ha llegado ya la hora de la jubilación?

Sin otro particular, reciba un saludo cordial.

PD. Por si hubiera alguna duda lingüística acerca del significado y uso de cierto verbo, he aquí el correo que hoy distribuye entre sus suscriptores la FUNDÉU.


Imágenes: la ya casi exreina Beatriz de Holanda, con uno de sus sombreros, reproducido también arriba. Foto Getty Images. Tomada de aquí.

viernes, 18 de enero de 2013

El ángel



En aquel tiempo, todos teníamos un ángel. Si eras limpio de corazón y de sentidos despiertos, fácilmente podías ver su sombra en la cabecera de tu cama. Ayudaba mucho que la cama fuera de metal niquelado y que la luz penetrase en tu cuarto a través de un gran ventanal. También resultaba sencillo sorprender el bulto de tu ángel andando a tu lado, o un poco por detrás, camino del colegio en los días de niebla. Con frecuencia te dabas cuenta de que el ángel te estaba mirando al entornar una puerta o al pasar delante del escaparate de la tienda de lámparas. Uno de sus milagros más comunes, a la vez que la mayor prueba de su existencia, era el baile de motas de polvo al trasluz que el ángel ejecutaba para ti en los lugares más insospechados y en momentos que parecían robados al sueño y que, por eso mismo, contemplábamos con ojos bien abiertos. El ángel, nuestro ángel de la guarda, era el primer amigo imaginario. Y como ocurre con todos los amigos, no siempre nos llevábamos bien con él. A veces nos agobiaba su presencia en situaciones que exigían total intimidad. También temíamos que en el fondo fuese sólo un espía. O, aún peor, un chivato capaz de vendernos a las primeras de cambio revelando a los demás cosas que eran secretas incluso para nosotros. Con el paso de los años, esa sospecha podía volverse insoportable y con frecuencia llegaba el momento en el que el ángel se convertía en un grave problema. Entonces intentábamos deshacernos de él pintando cruces rojas en las encrucijadas, dejando vasos de agua en la mesilla de noche, o inventándole nombres descabellados que escribíamos en grandes carteles por toda la ciudad. Perplejo, alicaído, tal vez abochornado, el ángel no tardaba en dejarse vencer por las continuas burlas y poco a poco se iba desfigurando hasta borrarse por completo de nuestro horizonte. Si tenías suerte, una mujer de luz le tomaba el relevo y la vida seguía su camino sin nostalgia de ángeles. Pero no podíamos estar del todo seguros de que el secreto que el ángel conocía hubiera desaparecido con él. O que no se lo hubiese comunicado en sueños a la mujer de luz, de modo que lo que hasta ese momento creíamos ternura o incluso amor, en realidad fuese sólo la flor de la misericordia. En aquel tiempo, todos teníamos un corazón limpio y la alegría era una planta que brotaba en cualquier lado.

(Para mis amigos Carmen y Antonio, en la intersección de estos días de enero.) 

Imagen superior: La huida, de Remedios Varo, óleo sobre masonita, 1961. 
Museo de Arte Moderno de México.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Sol 13


Lo que parecía 
una estrella errante,
un canto de cisne,
la huella de una noche sin fin
o un escalera al cielo... 
acabó siendo
el sol del año 13.

¡¡Por un año nuevo nuevo!!

Imagen: Sol de madrugada en Alesünd (Noruega). © Fernando Tellado





viernes, 28 de diciembre de 2012

Puertas



¿Y qué me dices del extraño placer de mezclar cosas que nunca han estado juntas, simplemente por amor de lo que, con su voces, con sus ojos y sus manos, nos reclama? ¿No hay en ello un signo de verdadera creación, de osadía necesaria, una inocencia indestructible? Llama a esa puerta. Detrás estás dentro.


Viejo portalón en Talavera de la Reina.
 © AJR, 2012.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Bel-ēn-jaikús 2012


(Nuevas, novísimas
piezas de jaikú y aire
para el belén.

Son casi todas
piezas de artesanía,
barros del día...)

Más soldados de Herodes
Vienen de Irak,
de Siria y Palestina,
de Afganistán...

Y alguno viene
armado de su casa
hasta los dientes.

Camino del molino
Qué pinturero
va con su trotecillo...
¡Coño, Platero!

El gallinero
A ver, a ver:
¿a quién le sobran huevos?
¡A Wert, a Wert!

(–¡Quiquiriquí!
–En català, si us plau
–Kikirikí!)

El mercado
Sigue la pista
del runrún de las bolsas
el prestamista.

Más que dinero
lo que presta es bausura.
¡Será usurero!

Vieja friendo huevos
Brillan dos soles
de toma pan y moja
entre peroles.

Paje de reyes
(con pinta de monago)
¡Tiempos los de antes…
cuando eran los «recortes»
de pan de ángel!

Carpa de circo*
La gallinita
–Gaby, Fofó, Miliki–
está malita.

Con sus remiendos
de payasa de feria,
está sufriendo.

Ay, Turuleta,
si ya nadie te canta,
haz la maleta.

(*Aportación infantil, algo anacrónica,
al estilo de las que algún sobrinillo
solía hacer con sus mádelmans.)

Coro de ángeles
¿Y ese revuelo?
Son risas. ¡Llega Tony
Leblanc al cielo!

¿Y el mazapán?
Se lo ha zampado todo
Tony Leblanc.

Y ese ángel bobo,
¿por qué no canta nada?
¡Porque es El Lobo!

(¡Qué buen turrón!
Perdonen el anuncio:
hay que hacer caja…
¡Denle al ratón!)

La granja
Prodigio inmenso
que haya tanto co-chino
¡y todo ibérico!

Cerdos clonados.
Ya en el belén de entonces
eran de plástico.

Mas la piara
no se rinde. Resiste.
¡Y contraataca!

¿Cómo hay, hermano,
en las calles que pisas
tanto marrano?

Mensajero
Ha dicho el papa
que ni muuuula ni buey.
¡Qué sabrá él!

¡Que sí, que ha dicho
que ni el buey ni la mula…!
¿Solo borricos?

El pastor mentiroso
–¿Sabes quien soy?
–Me lo pones a webo:
serás... ¡Mariano!

Pancarta en el portal*
«Por el derecho
a la vivienda digna:
¡No + desahucios!»

*Felicitación de Carmen Peire.

Lavandera
Veo su rostro
en la plata del río
cada mañana.

Continuará… O no.

Imagen: otro de los encantadores belenes recortables de Opisso, publicado en el TBO. Tomado de aquí.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Lavandeiras por Navidad


Entre las figurillas del belén que poníamos en casa siempre me gustó especialmente la lavandera. Quizás porque de niño, en los veranos pasados en Galicia, aún alcancé a vivir la experiencia de acompañar a mi madre a lavar al arroyo del Pereiro, al pie mismo del lugar donde la sierra casi llegaba a rozar las casas del pueblo. Allí solían coincidir muchas veces, al amparo templado de o raio de mediodía, varias comadres con sus tinas de zinc y sus lavaderos de madera. Aunque a menudo eran unas anchas lascas graníticas las que servían de soporte para frotar sobre ellas la ropa. Mientras se hacía la colada y las prendas se secaban al sol sobre la hierba, los niños nos adentrábamos un poco en el monte. Nos gustaba escuchar, bajo los gruesos cables del tendido eléctrico que venía desde el cercano embalse del Sil, el chisporroteo de "los duendes de la luz", a los que imaginábamos feos y terribles, por algo en las grandes columnas metálicas que los sujetaban se avisaba de que existía peligro de muerte. Con más frecuencia seguíamos el cauce del riachuelo y lo cruzábamos de un lado a otro procurando no mojarnos los pies, no siempre con éxito. También íbamos a aquel recodo en el que una vez vimos pudrirse la carroña de un enorme lobo que días antes había estado colgado a la entrada de la única tienda del pueblo, tras ser cazado por hombres del lugar. Aunque debían de haber pasado al menos un par de años desde aquello, el olor seguía siendo nauseabundo. O eso creíamos. Y pese a saber que existían razones claras para tenerles respeto a los caminos de la sierra, más de una vez nos adentramos monte arriba y, mitad en broma, mitad explorando sensaciones verdaderas, jugábamos a que nos habíamos perdido. Quizá fuera solo para experimentar la alegría de volver al corro de las madres, que ya estaban recogiendo las sábanas y los bártulos, y al poco, con las tinas de ropa limpia sobre la cabeza, nos apremiaban para emprender la vuelta a casa. Las tardes del verano tenían entonces una duración casi infinita y, por el camino, aún nos daría tiempo a ver hundirse lentamente el sol entre las formas redondeadas de Cabeza da Meda y a sorprender algún hilillo de luz resbalando por las hojas de un castaño. Estos recuerdos me asaltaban el otro día mientras contemplaba en el Museo del Prado el magnífico cuadro de Martín Rico que encabeza estas líneas. Y me ha parecido una buena idea traerlo a la Posada y colgarlo en el salón de fiestas para desearle a todos los huéspedes y transeúntes una muy feliz Navidad. Al fin y al cabo, la Navidad es sobre todo un tiempo de infancia. Uno tiene la impresión de que con el correr de los años pierde mucho.

Martín Rico: Las lavanderas de La Varenne, 1865. 
Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. 
Reproducción en alta definición tomada del blog El Dibujante 2.0
(pulsando sobre la imagen puede ampliarse)