HACERSE SOMBRA EN LA CASA DE LAS FIERAS
(O a través del Bosque) (3.12.24)
Texto de la presentación del libro de poemas
Hacerme sombra, de Alejandro González Terriza,
editado por Mahalta (Ciudad Real, 2024)
en la Biblioteca «Eugenio Trías» del Parque del Retiro de Madrid.
Juro por los dioses o diosecillos de los tebeos de mi infancia (que supongo que también serán los de la de algunos de ustedes y vosotras) que cuando, primero Paco Caro, el editor, y luego Alejandro, el autor, me hablaron de la posibilidad de que yo presentara este libro, traté de zafarme lo mejor que pude con estrategias diversas (que si «Señor, aparta de mi este cáliz», que si «como Bartleby, tambien yo preferira no hacerlo...), excusas obviamente todas fallidas. Aunque no se me ocurrió recurrir a la que sin duda hubiera sido (o puede que aún lo sea) la razón invencible: «Mirad, Paco, Alejandro: dado que el libro de marras lleva por título la muy precisa expresión "Hacerme sombra", ¿qué os parece si sigo al pie de la letra la consigna y me mantengo al margen, del lado de la oscuridad o, discreta pero directamente, me esfumo...?» Como suele ocurrir tantas veces, no siempre casan las ocurrencias con las oportunidades, ni tiene uno a mano paraguas cuando llueve. De modo que al final terminé aceptando, y aquí estamos y a lo hecho pecho, y como diría la admirable y cuasiprosperitana Alba Flores, la Nairobi de “La casa de papel”, vamos que nos vamos que lo vamos a pasar bien.
Como ya se ha mencionado, pero por si alguien llegó tarde, y cumpliendo con el requisito básico de las presentaciones, aquí mi amigo Alejandro González Terriza, bien conocido en las redes sociales como Al59, o Alejandro Embossado, es doctor en filología clásica por la Complutense (autor de una tesis que fue premiada y tiene gran interés) y ejerce como profesor de literatura en un IES de Navalmoral de la Mata. Lleva a cabo una intensa actividad creativa y divulgadora en diversos campos —literatura, música, folklore—, si bien la poesía, más aún que la música, en el fondo ambas bien imbricadas, es su núcleo irradiador. Aunque la época de los blogs, por desgracia, ya suena a antigualla, un lugar de referencia para conocer el amplio abanico de las inquietudes de Alejandro es Campos de fresa, una bitácora (paladeen la pabra) que tiene como triple señuelo: Folklore, poesía y psicodelia. Y que es lugar muy recomendable para conocer a nuestro hombre. (Entre otras cosas porque reúne unas 1800 entradas).
Este es el tercer libro de poemas de Alejandro, tras Devocionario pop (1220-1996) (Trea, 2008)… «De los Carmina Burana a Elvis Costello, 46 canciones memorables sirven de punto de partida a este peculiar libro de oraciones en el que Dylan predica en alejandrinos o endecasílabos de gaita gallega y las visiones lisérgicas de los Beatles, Pink Floyd o los Doors inspiran décimas, sonetos o romances. Con esta historia elíptica del pop, el autor integra en nuestra tradición no tanto el texto (solo cinco poemas son versiones, muy heterodoxas, de canciones), sino la estética y mitología del mejor pop» (Texto tomado de la web de la editorial).
Y, en 2017, en Renacimiento, apareció El agua siempre encuentra su camino, un poemario, complejo y muy completo, y al que su prologuista, Luis Alberto de Cuenca, calificó como «un libro sumamente original, muy variado y muy entretenido». (Y en el que demostraba poseer “un dominio absoluto de la métrica”, lo que firmado por quien lo afirma sin duda es digno de tenerse en cuenta).
Hacerme sombra, el libro que presentamos, aunque tiene su propio y peculiar movimiento y autonomía, les aseguro que será mejor comprendido, y sobre todo disfrutado, si se enfoca también desde ese triple interés vital e intelectual de Alejandro (folklore, psicodelia, poesía). Así, por ejemplo, a partir de una puesta en primer plano del folklore, y en concreto del peso que los conflictos humanos nos plantean ya desde su presencia en los cuentos de hadas de la infancia, o en lo relatos mitológicos, quizás se entienda mejor y se reduzca la extrañeza que puede causar el motivo de la cubierta, con el magnífico dibujo de Eva Ripoll Sánchez, tan expresivo y potente, pero que alguien podría considerar más apropiado para un libro infantil… Además de que no hay que descartar que pudiera tratarse de una trampa para capturar incautos (una especie de «¡venid, venid, niños, acercaos, no temáis...!»), nada más iniciar la lectura se pone de manifiesto su pertinencia y su idoneidad, al descubrir que está en perfecta sintonía con el espíritu del libro y de forma especial con su primera parte. Una parte, de las tres que tiene el poemario, que se abre precisamente con un poema titulado «Bosque», escenario habitual e incluso principal de esas “narraciones de primera hora” que son los cuentos; y que incluye otro con un título tan marcado en este sentido como «Migas de pan», elocuente por sí solo. Y donde, también, por ejemplo, en el poema «Parentesco», podemos leer una explícita referencia a «El niño que ha perdido ya la cuenta de cuántas veces cruzó el bosque sin ver llegar al lobo»: El animal de la cubierta no es un lobo (aclaremos que es un gato que, en su proyección como gran felino, acaba confundiéndose con la sombra de quien lo imagina, con sus miedos y su osadía); pero parece claro que el niño que lo mira le está pidiendo cuentas, quizás incluso recriminándole algo.
Así que sí: estamos, en cierto modo ante un libro, no infantil, pero sí en el que la infancia, las sombras que las recorren y que desde ella inevitablemente cruzan por nuestras vidas y gravitan sincesar sobre nosostros, tienen un peso muy destacado. Y de forma especial en toda la primera parte, no por casualidad llamada Objetos Perdidos. Avanzando en la lectura, no tardamos en advertir que ese recurso es muy hábilmente utilizado por el autor para describir personas, situaciones, afectos y miedos de su infancia, con un tono que tiene la rara cualidad de incluir a la vez una recreación o evocación de momentos y una contemplación distanciada sobre su alcance; o, si se quiere, sobre el peso, precisamente que su sombra proyecta en la conciencia. De ese doble movimiento evocador y meditativo (o reflexivo) es un buen ejemplo el poema "En oferta", uno de los de cariz más autobiográfico y donde se habla de esos amores infantiles que todos hemos sentido y en el que, a modo de conclusión casi psicoanalítica pero de gran lucidez, se dice: «Si alguien quiere / suponer que esa sed nunca calmada / del beso de una niña hecha de obstáculos / explica ciertas llagas encharcadas / quizás tenga razón».
Los poemas de esta parte, muy bien dispuestos para crear en el ánimo de lector un clima o atmósfera de creciente gravedad, tienen en parte el sentido de un conjuro: como le oí decir al propio Alejandro, “es un diálogo con la parte muerta de uno mismo”, con el pasado que habita dentro de nosotros. Y es quizás también la tinta (sombra sobre la página) con la que vamos escribiendo nuestro paso por la vida.
Algunos de los poemas más lúcidos y valientes del libro (y de forma especial, el titulado “Emergencia”) están aquí, Y aquí están también algunos ejemplos (“El regalo”, entre ellos) sobre los que se podría hacer un comentario de textos que pusiera de relieve cómo el lenguaje poético empleado, con su lograda sencillez aparente, dialoga con la tradición, contiene referentes (citas) más o menos explícitos y se inserta por tanto de forma consciente en una historia cultural.
La segunda parte (Entresueños; y que pudo haberse llamado “Duermevela”) es quizás la más críptica del libro, pero a la vez la más desveladora, pues reúne textos que abordan la realidad de esa segunda vida (como decía Gérard de Nerval) que es el sueño: son retazos de la biografía de ese otro (u otros e incluso muchos: que como bien puso de manifiesto Pessoa uno a veces no gana para máscaras); de los seres que toman las riendas durante el sueño y se lanzan por su cuenta y riesgo a galopar, ya sea a lomos de caballos alados o de yeguas de la noche. Y no son solo los sueños propios, sino también los referidos por amigos y en los que, como quizás todos sabemos, de vez en cuando comparecen los muertos (como queda explicito en el poema que tiene como referente a un tal “Dani, el chamán”).
Y hablando de amigos, no he hecho aún alusión al prólogo de Rafael Herrera. Ahora es el momento. Es muy breve, pero muy preciso. Y en él se nos alerta sobre la importancia de prestar atención a los títulos (lo vamos haciendo), y de detenerse en los tres poemas centrales del libro, que son los titulados: “Canción de Sirenas, la también canción “Hacerme sombra” y el titulado “Ayahuasca”. Tal vez Alejandro quiera ser más explícito al respecto. Por mi parte, aunque entiendo que quizás no sea la ocasión, dejo constancia de mi vivo interés por conocer como es “ese escaneo de la sangre” que al parecer lleva a cabo la ayahuasca, con su ebriedad penitencial.
Salimos del sueño y entramos en el reino del amor. En claro juego nominal de espejos con la primera parte (Objetos perdidos), la tercera lleva por título Sentimientos encontrados: veremos que lo son en los dos sentidos: hallados y también opuestos, contradictorios. Aquí acerca de la sombra protagonista bien pudiera decirse que es la que surge al trasluz de la llama de una vela, que no se nos desvela, pero que revela una especie de novela sentimental… No se enfadará Alejandro si digo que tiene esta parte, y en el mejor de los sentidos, algo de “culebrón”, incluso en el énfasis de algunos títulos que bien podrían serlo de boleros o tangos (“No me digas la verdad”, “Te abrí mi corazón más de la cuenta”, uno de los dos sonetos que incluye el libro). E incluso con algún titulo cargado de quién sabe si cierto recado irónico: “Que el sol te dé”. Bueno, seamos serios. Esta es una sección claramente puesta a la sombra del amor, de su procura, de su necesidad. Pero también de sus confusiones y sus turbulencias. Yo leía y releía la otra noche los 22 poemas que la componen, y confieso que, al tiempo que me admiraba por la maestría de la composición, iba creciéndome la impresión de adentrarme en una escritura algo sonámbula, quizás como si aún no hubiéramos salido del “entresueño”, guiado por las oscuridades de una voz en la que, sin dejar de cantar el fuego y el arder el amor, se imponía también una sombra de escepticismo, algo así como los efectos de una decepción incurable, si bien contrapesada por el trasluz de la fidelidad a un gran amor, una pasión imposible, como acaso sean todas las pasiones.
En lo tocante a sombras, y sin olvidar otras que se podrían convocar, (Rosalia, Borges, el propio Trías en cuya biblio estanos, los japoneses…) aquí y en esa noche yo me acordé, busqué y anoté una frase de Claudio Rodríguez, en Casi una leyenda”: «¿Por qué la luz maldice y la sombra perdona?»… Bueno me dije, tal vez haya ahí una respuesta para los claros de bosque y los paisajes de niebla que explora el libro…
Y en esa conclusión me quedé: hacerse sombra puede que sea una forma de buscar y habitar “la otra claridad”. Quédense, si les parece, con esta frase como clave de todo esto, por mi parte tan confuso.
Por último: creo que son necesarias las menciones de ciertas influencias y maestrías que Alejandro suele hacer explicitas: son los nombres de sus maestros, uno bien conocido, Agustín García Calvo: de él escribió Alejandro algo tan hermosos como “se podía comer en su memoria”; y otro, secreto pero no menos inlfuyente, Antonio Hernández Marín, Aker: ¿cuándo será posible la publicación de su muy amplia e importante «Obra incógnita»?
Y añadiré, por último, y para concluir donde empezamos, el nombre de alguien que desde hace años también nos une a Alejandro y a mí: Rodolfo Gil Grimau, fallecido en 2008, arabista, estudioso de la literatura de tradición oral y de los cuentos como historia mágica del hombre. Estoy seguro de que su sombra también nos protege. Muchas gracias.
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