lunes, 7 de marzo de 2016

Yo estrené mi juventud (aunque hace ya tanto...)


Al conocer la muerte de Francisco García-Salve, más conocido como «Paco el cura», inevitable y melancólicamente me he acordado de este libro, Yo estrené mi juventud, el primero y único que leí de él, en los años de Salamanca, en el colegio-seminario de San Agustín, supongo que hacia 1967 o 1968. No recuerdo apenas su contenido, pero sí que su tono me pareció entonces muy moderno en relación con otros «libros de formación» de la época. Y que debía de estar en sintonía con los tiempos de aggiornamento (es paradójico cuánto ha envejecido esta palabra) que se vivían entonces en la Iglesia. Aires nuevos que, en buena medida, fueron los responsables del cambio ideológico que a partir de los años sesenta y setenta fue extendiéndose entre buena parte de los jóvenes que fuimos educados en la más estricta ortodoxia de una España en la que la Iglesia y sus estructuras educativas eran casi la única vía para acceder a la cultura, a través de una enseñanza que, pese a todas sus constricciones, tenía la virtud de que no impedía la capacidad de reflexión (ni de construir frases subordinadas).

En lo poco que recuerdo de esta obra, tal vez muy comparable a ciertos manuales de autoayuda que hoy tienen tanto éxito, el mayor acento se ponía sobre una especie de entusiasmo vivificante (ese era, creo, el adjetivo): un ejercicio de alegría basado en el mensaje del amor de Cristo que, a diferencia de otras ideas dominantes y castradoras, además de a menudo terroríficas, estaba planteado en sentido positivo, incluso eufórico, tal como indica la propia ilustración de la cubierta del libro.

Al lado de las enseñanzas que por entonces se nos inoculaban con rigor minucioso, en este y en otros libros similares, de autores como José María Cabodevilla o Michel Quoist, muchos adolescentes de aquella época encontrábamos algo distinto que nos resultaba muy atractivo: un tono en el que, frente a la terrible negritud de obras como Energía y pureza,  quizás el mayor tratado de sadomasoquismo que haya leído nunca (lo dice alguien que en su juventud posterior fue lector de Sade y de Sacher-Masoch), nos acercaban una cara amable de nuestra fe de entonces y, en ese sentido, nos ayudaban a sentirnos menos desgraciados. Y estaba, además, el estilo: un lenguaje de cierta calidez, apoyado en un tono directo y en metáforas estimulantes que incluso podían parecernos provistas de calidad literaria.

No sé hasta qué punto en esta obra de su etapa como pedagogo jesuita estaba ya presente algún atisbo del acento social y comunista al que García-Salve dedicó el resto de sus días, al parecer sin entrar nunca en contradicción con los fundamentos de su fe, salvo en lo tocante a los dogmas jerárquicos. Tal vez no fuera un asunto cuyo estudio esté carente de interés. Y más en estos tiempos en que la confusión ideológica no solo es notable sino que a menudo resulta difícil saber de qué se está hablando cuando se habla de ideología.  

Esta mañana, cuando la cita diaria de la muerte ha subrayado, entre otros, el nombre de García-Salve, en alguna zona de mi disco duro se ha encendido la frase que encabeza este post. Y con ella, esta reflexión inacabada y algo perezosa sobre un asunto que, si bien puede que no sea del todo indiferente a los asuntos que hoy se dilucidan en el debate (y combate) ideológico, de forma inevitable se consuma y se consume en la consabida pero inevitable conclusión del tempus fugit. Y cómo.

3 comentarios:

Navajo dijo...

Desconocía esta faceta de proselitismo juvenil de García-Salve, a quien siempre identifiqué con los movimientos obreros católicos y la actividad sindical ligada al PC. ¡Aquellos tiempos del 1.001! Nunca llegué a husmear en esas edificantes lecturas que recoges, quizá porque el objetivo de los escolapios era formar pequeños tarugos de clase media (ahí está como referencia el ínclito Florentino Pérez, uno de los grandes éxitos de la factoría de la calle Farmacia, si descontamos los cochinillos y demás animalitos asperjados en las fiestas de San Antón), mientras que jesuitas y otras órdenes culturizantes apostaban más por príncipes y elites. Viendo (o, mejor, oyendo) el discurso de estos nuevos y airados príncipes que invaden nuestras vetustas instituciones, pienso que tal vez sí deberíamos volver a poner sobre la mesa la cuestión de las ideologías, a ver si se aclaran las cabezas.

Alfredo J Ramos dijo...

Gracias, Navajo, por pegar la hebra en estas "veteromanías" que ya a nadie interesan, probablemente con razón. Habría que hacer un bestiario para diferenciar matices en los efectos de la educación en función de las distintas órdenes y cofradías. De los escolapios creo recordar algún equipo con un comportamiento muy brillante en aquel mítico «Cesta y puntos», que presentaba Daniel Vindel. Así que lo de "pequeños tarugos de clase media" (expresión con la que, dicho sea de paso y a la pata la llana, m'he partío la caja), me lo tomaré como una falsa modestia.

Voy al ojo de Google, que todo lo sabe, y en efecto. A las pruebas me remito: https://www.youtube.com/watch?v=2eKAuEZ9kS4

Como suele decir alguien cercano, estamos vivos vivos de milagro.

Alfredo J Ramos dijo...

Gracias, Navajo, por pegar la hebra sobre estas "veteromanías" que ya a casi "naides" interesan, seguramente con razón. El proceso 1001, con su coincidencia azarosa (aunque en principio no pareciera tal) con el atentado contra Carrero, fue precisamente el momento en que volví a cruzarme con el nombre de García-Salve, ya en un contexto distinto a aquel en el que lo había conocido. Más que una actividad de proselitismo, aquella su primera dedicación como cura-jesuita dentro de la ortodoxia de la iglesia puede que en realidad correspondiera a los balbuceos de una forma distinta de pensar y de actuar, y en concreto de poner el acento en los aspectos más humanos, sociales, de la doctrina evangélica. Es un camino semejante al que hicieron muchos militantes de Acción Católica, y en especial de sus Hermandades Obreras (HOAC), que como es sabido fue un verdadero semillero de afiliados del PCE y otros grupos marxistas. Es precisamente en esa intersección de ideas e ideologías donde puede que hundan sus raíces muchos de los equívocos que todavía nos siguen admirando. Pero ahora todo se ha complicado mucho más, por el efecto multiplicador (a menudo por el dígito vacío) de las realidades virtuales, los foros inmediatos y el absoluto protagonismo, no sé si del simulacro (como quería Baudrillard) o simplemente de la falta de sustancia.

(Había escrito esta respuesta desde el iPad y creí haberla publicado. Al no encontrarla en los comentarios varias horas después, ahora desde el portátil, escribí la otra, con un arranque parecido pero con otra deriva. Pero hete aquí que al bajar una pestaña oculta aparece la anterior, así que aquí va. Para que se cumpla eso de que "Nada se pierde", que dice J12. Tomátelo como si fueran turnos diversos en esa tertulia que tan cara se nos vende, amigo).