sábado, 30 de enero de 2016

Los gozos de Martirio


(Para Ángel Pinto, que amaba el buen cante y hasta lo cantaba. In memoriam.)

Cuando irrumpió en el panorama musical, allá por los años de las movidas (la de Madrid no fue la única), mediados los ochenta, Martirio pudo ser considerada como una encarnación de cierta estética pop, en su versión posmoderna, en el mundo de la copla y la canción flamenca. Alguien pudo creer, a la vista de las peinetas, gafas, abanicos y otros coloridos aderezos con que el personaje se mostraba, que se había escapado de alguna de aquellas películas de Almodóvar que entonces fueron como cubos de pintura plástica arrojados en mitad de un paisaje solanesco. Y algo de eso sin duda había. Pero no era todo. Ni mucho menos.

Ahora, tres décadas después, tenemos una mejor perspectiva para valorar lo que la aportación de esta mujer inteligente, nerviosa, graciosa, moderadamente deslenguada y, pese a las apariencias, natural como la vida misma, ha supuesto en la historia reciente de la música española. «Una bocanada de aire fresco», podríamos decir, si hiciéramos caso al tópico. Pero sería de nuevo insuficiente.

Uno de los grandes atractivos del proyecto que la onubense Maribel Quiñones se decidió a poner en marcha, después de un pasado intenso en grupos como Jarcha o en  la órbita innovadora de Kiko Veneno y Pata Negra, fue la osadía, con su mezcla de humor y seriedad, con que aterrizó en el todavía algo rancio mundo de la copla. Y, más en concreto, cierto descaro suavemente punki con el que plantaba cara a la asfixia doméstica en que, pese a los recientes cambios políticos y los nuevos usos, seguía recluida para muchas y muchos la vida cotidiana.

Martirio impactó con sus maneras en el espejo cutre que las radios de las madres había ido situando en el centro de la memoria de toda una generación. O de dos, que la vida pasa muy deprisa. Y, junto con los cristales rotos, saltaron también algunas nuevas formas de relacionarse con las emociones básicas. Al tiempo que se abría alguna perspectiva inédita a la hora de mirar los dramas de siempre.

Cuando parecía que la broma se acababa, la artista supo dar varios pasos más allá y mezclar lo suyo con corrientes y artistas muy diversos, aunque siempre afines: del son cubano al jazz, de Compay y Chavela hasta Jerry González o Chano Domínguez, entre otros itinerarios, en una particular manera de ir amansando («martirizando», en el literal buen sentido) géneros y modos, hasta configurar un camino muy personal, inconfundible. Un estilo que le valió para poner en circulación un repertorio que, si bien está construido con muchos «lugares comunes» (el necesario peso de la tradición), nos llega a través de una forma interpretativa, una impronta, cuya madurez es un verdadero gozo.

Y eso fue lo que se puso de relieve en el amplio y generoso recital que la artista ofreció el pasado jueves 28, en la carpa urbana del Price, para celebrar sus 30 años de carrera. Fue una noche llena de magia y de grandes artistas invitados. Convocados con delicadeza, elegancia y gratitud por la anfitriona, por el escenario fueron desfilando Kiko Veneno, Javier Ruibal, Silvia Pérez Cruz y Miguel Poveda, a los que se sumaron intervenciones especiales de todos los músicos que la acompañaron a lo largo del concierto: Javier Colina, al bajo y al acordeón; Raúl Rodríguez, con sus guitarras, Jesús Lavilla (piano) y Guillermo McGill (batería, cajón). Un cuarteto de toda solvencia.

Madre e hijo, unidos además por el arte.


Hubo muchos momentos especiales. Destacaré solo tres.

Uno. La canción de cumpleaños, adelanto de su próximo disco, que dedicó a su madre (y colega, además de «producida»), Raúl Rodríguez, guitarrista de extraordinaria limpieza sonora y buen compositor. Antropólogo además de músico, el niño de Martirio, ya cuarentón, tiene una larga y densa carrera a sus espaldas. Pero habrá que estar atento porque no creo equivocarme si pronostico que lo mejor aún está por venir.

Dos. El homenaje a Carlos Cano, que ese mismo día, como Martirio recordó, hubiera cumplido 70 años. La interpretación a dúo con Silvia Pérez Cruz de «María la Portuguesa», quizás no fue todo lo perfecta que cabría esperar (Silvia, esa gran alegría de la canción, no parecía en su mejor momento), pero fue de una emotividad enorme.

Tres. Y quizás lo más alto, desde el punto de vista artístico, los dos dúos con Miguel Poveda, en un desafío de coplas que, si en algún momento podían traer a la memoria las famosas trifulcas entre Juanito Valderrama y Dolores Abril, estaban tan llenos de ironía, complicidad y arte, que desbordaron el entusiasmo del público. Una actualización de los puntos fuertes de aquel Romance de valentía, de 2005 (como recordó Poveda), que acaso no tuvo tanta resonancia como merecía.

En resumen, una noche plena, divertida, repleta de ese tipo de sensaciones que se agrandan en la memoria e invitan a rumiarlas despacio. Quizás para seguir intentando entender lo que sentimos. Y para descifrar el poderoso y encantador misterio que hay bajo las peinetas y tras las gafas de una artista llamada Martirio.

Imágenes tomadas de la Página Oficial de Martirio en facebook.

viernes, 29 de enero de 2016

Líneas paralelas



El mundo se sostiene entre los hilos
que tejen el envés de estas palabras.
Es un lugar que está entre tus ojos
y el pensamiento que late en lo que sientes.
Un poema es tan sólo el pentagrama
donde el viento o tu mano
escribe con la música
de la respiración.


Vídeo: Birds on The Wires, de Jarbas Agnelli, sobre una foto de P. Pinto.

(Rescatado de los arcones de la Posada.
Primera publicación: 31/05/14, 14:34)


lunes, 25 de enero de 2016

Sones y senos


LdV: Estudio de desnudo para la Gioconda.
Museo Condé, Chantilly.

Senos albos o blasones.

(AJR: 4: 19; Palíndromos ilustrados, XLVI)

jueves, 21 de enero de 2016

Bifurcaciones



Maldita dispersión, qué vericuetos
trazas entre las cosas que me gustan.
De flor en flor me llevas, cual obtusa
mariposa monarca siempre en celo.
Yo no sé si mi mal tiene remedio
o si mi alma es así de perdidiza
y encuentra en el doblar de cada esquina
una señal del arte cruel de Dédalo.
La pura realidad es tan hermosa
y se abre en tantas múltiples facetas,
que hay en todo una puerta que me invita.
Es difícil no ver que en cada sombra
brilla un fulgor secreto que no cesa
de iluminar caminos en la ruina.

Ilustración: Escena de «Dentro del laberinto». Imagen: The Jim Henson Company / Lucasfilm / TriStar Pictures.
Tomada de Jot Down, «Laberintos: el arte de perderse».

viernes, 15 de enero de 2016

Poveda, entre sonetos y poemas


Miguel Poveda entre sonetos arde
por los cuatro costados del flamenco:
hondura, luz, compás, pasión. Y el cuenco
de una voz prodigiosa (que dios guarde).

Una voz donde brillan las heridas
y se incendia la lluvia de la tarde,
mientras amor y muerte, sin alarde,
dirimen sus batallas, tan queridas.

Sonetos y poemas que se quiebran
y van al aire con sus versos sueltos,
como muchachas por la playa, libres.

Palabras sin cadenas que celebran,
en la voz de Poveda, los absueltos
delitos del querer… (¡Para que vibres!)

Miguel Poveda durante su recital en el Compac Gran Vía de Madrid, el 14 de enero de 2016. Allí estuvimos.



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(Recupero de los comentarios mi crónica del recital, para facilitar su lectura a los interesados.)

Aprovecharé tu interés, querido amigo, para extenderme un poco, siquiera a vuelapluma, sobre lo visto y oído el pasado jueves 14 de enero en el añejo y algo destartalado pero aún habitable Teatro Compaq Gran Vía, antiguo cine y sede de estrenos muy notables. 

El espectáculo, de unas dos horas y media de duración, sin intermedios –aunque sí con dos "interludios" protagonizados por la guitarra de Chicuelo, el piano magistral de Joan Albert Amargós y el buen hacer palmero y percusor del resto del elenco–, tuvo tres partes bien definidas. La primera se centró en el repertorio del último disco y justifica el título homónimo de la convocatoria: Sonetos y poemas para la libertad. La inició Poveda con su ya bien conocida versión del soneto «Para la libertad», de Miguel Hernández, rompiendo muy bien la voz en los versos más hondos. Siguieron después, entre otros, sonetos de Quevedo, con los oxímoros de su «Hielo abrasador»; Borges y el homenaje al padre, a la memoria y a la ficción del tiempo (con esa prodigiosa estrofa que el parte meteorológico del momento hacía, además de verdadera, literal: «Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado...»); Neruda («Amor mío, si muero y tú no mueres…»), el más claro de los sonetos del amor oscuro de Lorca («…llena pues de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre a oscuras»), otros de Alberti, de Ángel González, de Sabina… y uno de Aute (variante, no muy lograda, del “violante” de Lope), y que dio pie para la presencia en el escenario de Pedro Guerra, autor de las músicas de los sonetos, en cuya selección también participó Luis García Montero. 

Esta parte se cerró no con un soneto, sino con «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, prodigioso para mí, como sabes, una pieza mayor del repertorio de Poveda, aunque puede que no fuera esta vez la ocasión en que más partido le sacara. 

El tercio de los sonetos, aunque admirable en más de un momento, no diría yo que es el terreno en la que más brilla la capacidad de Poveda para decir con la hondura y soltura que él sabe. La estructura de la estrofa se presta bien al fraseo encadenado y al efecto de los juegos verbales y las paradojas. Pero quizás es un esqueleto verbal que puede llegar a tener cierta adustez para el cante y que a veces se enquista en la lejanía de las rimas o, más aún, en los giros y quebradas de los encabalgamientos, a los que no siempre parece posible sacarles un partido bien acompasado. Sería un tema para hablarlo con más calma.

jueves, 14 de enero de 2016

Circo


(En el margen saltado, escribo de lo que pasa.) La deriva de la situación política conquista cotas que hasta hace poco parecían terreno exclusivo de los espectáculos de feria. Tot és possible. Parece oírse un grito de otro tiempo incrustado entre las cámaras ocultas de televisión que retransmiten sin cesar las ceremonias propias de los días obtusos que nos está tocando vivir. Las palabras de los políticos (de casi todos y de casi todas) son como trenes que caminan por raíles de vía estrecha: todo parece sometido de antemano al arte de hablar sin decir nada. No es fácil encontrar la salida en una situación en la que comienzan a complicarse las posibles soluciones por incomparecencia del sentido común, o porque su puesta en práctica parece crear más problemas que cuestiones resuelve. Es un consuelo que al menos la gramática nos ofrezca la posibilidad de construir frases con sentido. Y que un buen uso del ritmo narrativo haga posible que las piezas del puzle verbal encajen sin excesivos chirriamientos, aunque este último sea uno (quiero decir: si se exceptúa este último). No es inane la imagen de que es preciso llenar el tiempo de apariencia de duración para que la realidad espacial se sostenga y la tramoya no se venga abajo. Ningún político pondrá nunca en entredicho su condición de títere de un teatrillo cuyos hilos manejan intereses diversos, incluidos los apenas confesables. Tampoco estamos ya en tiempos en los que podamos creer en la inocencia, qué tontería. La capacidad para seguir representando la propia impostura sin desfallecer a causa de las grietas del maquillaje no es en sí misma una virtud. Pero sin duda contribuye a que pueda seguir la función.

(Tiempo contado, lunes 11, enero 2016, 10:06 am)

Ilustración
Marc Chagall: El caballo de circo, 1944.

lunes, 11 de enero de 2016

Boulez (vous dancer avec) Bowie


La gran música está de luto. Mueve sus caderas a ritmo de réquiem. Abre y abre los ojos de sus notas hasta dejarlos en blanco. Silencio. El pasado día 5 murió Pierre Boulez. Hoy acabamos de no creernos que se haya apagado David Bowie. Algo tan irreal como que tuviera 69 años. O como que haya tenido la tan estremecedora como valiente lucidez de anticiparnos imágenes de su muerte, en este Lazarus, que ahora cobra todo su sentido. La banda sonora del planeta, a la que los dos han contribuido tanto, no dejará de sonar. Y ya de buena mañana, en este 2016 frenético, nos volvemos a preguntar, ay ay ay, por quién doblan las campanas.

Imágenes
Pierre Boulez dirigiendo la Orquesta Acadamy, en el festival de Lucerna, en 2006. Foto Sigi Tischler/AP.
David Bowie en una actuación. Foto Ron Frehm/AP.