martes, 30 de abril de 2013

A veces, el espejo...



Me llega al buzón, desconozco por qué razones, una lista de recomendación de vídeos de YouTube encabezada por el que figura sobre estas líneas. Me ha sacado una sonrisa e incluso ha hecho que me levante a beber un vaso de agua. No era de la marca anunciada (ni de ninguna otra: bebo en Madrid), pero lo merecía. En el fondo, por cosas como éstas seguimos queriendo tanto a la publicidad. Buenas tardes.

lunes, 29 de abril de 2013

La danza del Sol



Que esa bola amarillenta y peluda, llena de sombras movedizas y destellos de árbol de navidad, sea la responsable de todo (y cuando digo todo quiero decir TODO), es en verdad fascinante. El espectacular vídeo del canal Youtube de la NASA, que estos días han colgado en sus webs muchos periódicos, muestra la vida del Sol durante tres años comprimida en tres minutos. Es una especie de haiku revelador: tiene la virtud de mostrarnos lo extraordinario de lo que somos. ¿Y qué somos? Ja, ja, vaya preguntita. ¡A ver si ahora nos vamos a poner serios, con el frío que hace y el sol tan vago que nos ha tocado en suerte en este final de abril...! Cómo estarán las cosas que hasta el astro rey parece haberse unido a la cola del paro. Pero disfrutemos, mientra dure, su danza.

sábado, 27 de abril de 2013

Dalí, aquel deslumbramiento


Qué descomunales, atractivas, revulsivas, removedoras, inconfundibles y, finalmente, repetidas, pesadas y hasta empalagosas la figura y la obra de Salvador Dalí. El artista vuelve al fervor teledirigido de los museos, con toda su inacabable parafernalia, su portentosa creatividad, sus trucos, sus leyendas dolorosas y sus felonías apenas disimuladas. Todo convertido ya en objeto de esa devoción masiva que se adora a sí misma en el espejo de las multitudes. Qué genial. Qué aburrimiento. Qué déjà vue. Menos mal que ya estábamos sobreaviso.

Dalí, en mi infancia (escribiría «nuestra», pero cómo saberlo),  allá por los años finales de los sesenta, era sobre todo un divertimento exótico que aparecía a menudo en la televisión única y blanquinegra parloteando de una forma rara, enfática, silabeadora. Un pasto fácil de imitadores de voces y caricatos: junto a Félix Rodríguez de la Fuente y el gran Alfonso Sánchez, que nos enseñó a ver cine, tal vez el personaje más imitado.

Era también un proveedor habitual de anécdotas risibles e ingeniosas, muchas de ellas con Picasso como punto de contradicción. Y, como supe finalmente, era un pintor prodigioso: el ejemplo más claro de lo que empezábamos a estudiar en los libros del bachillerato como surrealismo y que, entre otras virtualidades, tenía la de proporcionarmos nombres para sensaciones o ideas que sentíamos de forma brumosa, sin que cupieran dentro del orden del mundo asumido hasta entonces. Y que, en más de una ocasión, lo ponían patas arriba.

Dalí fue, en lo que consigo recordar, el payaso más divertido y deslumbrante del final de mi infancia y uno de los héroes de mi adolescencia, siempre ligado, en una y otra, a la presencia de un compañero de internado que lo admiraba como a un dios y, además, era capaz de imitar razonablemente sus delirios pictóricos, ese infinito bucle de imágenes capaces de alojar en su interior mundos que parecen surgidos de un planeta errante o de una mirada al interior del espejo, tal vez al fondo doblado de uno mismo, si uno pudiera mirarse así.

Muchos años después, ya con la juventud bien avanzada, descubrí al Dalí escritor, otro deslumbramiento, aunque de naturaleza menos ingenua. Pero con la fuerza suficiente para admirar, en la poliédrica personalidad de un artista superdotado, su indudable don poético. Una forma de escritura también llena de imágenes, aunque mucho más contenida, más concentrada, incluso más esencial. Creo que a veces se exagera contraponiendo al Dalí escritor con el pintor, para exaltar al primero en detrimento del segundo. Sin embargo, no es extraño que, pasada la edad en la que son comprensibles y hasta saludables los excesos, uno acabe prefiriendo la potencia de sus imágenes verbales a la fuerza algo hercúlea, exhibicionista, de sus cuadros.

Uno de los primeros poemas que escribí «en serio» (o eso creía entonces, hacia 1971), un soneto, tenía como tema el famoso Cristo de Dalí (Cristo de San Juan de la Cruz es su título exacto). Aún lo recuerdo de memoria. Dice así:

En la mueca de un sol despavorido
se recuesta tu pena de esperanza
y tu lecho de hollín busca alianza
entre sombras, papel, leño y olvido.

Cortas rectas de eje ennegrecido
por la curva del miembro que se alcanza.
Cuatro conos de carne son la lanza
que te inserta en el prisma derretido.

De jirones rebeldes y espesura
se corona tu pelo, sol oscuro
insipiente del cerco de la sierra.

Si tu reino se encuentra ya en la altura,
entre espejos de amor triángulo puro–,
¿por qué inclinas tu rostro hacia la tierra?


Si la paciencia, las ganas y el tiempo lo permiten, habrá que pasarse por el Reina Sofía para ver qué queda de aquel deslumbramiento.

viernes, 26 de abril de 2013

Frases

Vuelo al atardecer. Mar Menor. © AJR, 2012

Frases cazadas al azar.
Trampas calculadas de la supervivencia.
Vivimos tiempos heroicos.
También los héroes tienen hocico.
Nunca creímos que las cosas pudieran ser así.
La gracia del hipérbaton.
Esas palabras que se desaniman.
Los círculos viciosos apenas transitivos.
El día espléndido que se esconde entre los setos.
Esta familiar sensación de extrañeza.
El eco deforme de la isla en sombras.
De qué sirve un sentimiento roto.
Y en el sentimiento, quién miente?
Por qué son tan voraces las palabras?
Es posible mirar del otro lado.
Nadie puede ponerse en lugar del otro.
No somos nadie.
El cielo pesa lo justo.
No hay neuronas para todo.
Espera a ver los disparates lógicos.
Rescata la colisión de nombres, ponte a salvo.
Pon a prueba tus ojos.
Admira pero no te confíes.
Confía en tu instinto.
Déjate llevar.
Nunca es tarde para el baile.
Pero que nadie te quite la canción.
Ni tú mismo.



miércoles, 24 de abril de 2013

Sombras y sospechas


Peridis en El País, 24/04/2013

(Dados dísticos)

La más mínima sombra de sospecha
sospecha de la más mínima sombra.

Sombra de la más sospecha mínima
la mínima sospecha de más sombra.

Más mínima sospecha de la sombra
más sospecha de mínima la sombra.

Más mínima de sombra la sospecha
sospecha más de la mínima sombra.

De más sombra la mínima sospecha
la sombra de más sospecha mínima.

Sospecha la de sombra más mínima
más sospecha de la mínima sombra.

Etc.


Esta tirada de dados por parejas, con un toque de sudoku verbal, surgió por causalidad a partir de una frase del auto (pág. 14, linea 25) por el que el juez José Castro imputó a la infanta Cristina en el llamado «caso Nóos», más conocido en ámbitos ludoverbales como el de «Yerno con rey». Los matices que van de una jugada a otra, aunque ensombrecidos por la fatiga mental que impone el hecho de que sean solo seis caras (palabras) en danza, tal vez contengan aspectos no banales de lo que este escándalo está suponiendo en la percepción de la realidad española. O, para ser más exactos, de la telerrealidad que ya ocupa casi todo el escenario.

martes, 23 de abril de 2013

Expaña


Durante mucho tiempo, cuando su nombre estaba secuestrado y vestido de azul entre plumas aguiluchas, era frecuente reemplazar la palabra España por eufemismos del estilo «el estado» o, sobre todo, «este país». La fórmula  tuvo tanto éxito que incluso dio pie a una frase no menos célebre: «este país antes llamado España». O «Expaña», como a veces escribíamos algunos, con prefijo privativo, aunque de muy diversa intención, para abreviar sin perder el efecto. El carajal autonómico, con su proliferación de «solares patrios» de nuevo cuño, también produjo cierta incomodidad en el uso del nombre, incluso en vastas extensiones de ambas mesetas y hasta en la raya de los Montes Obarenes y en los puertos cántabros. Un barullo que vino a sumarse al ya existente en ciertos sectores de las llamadas nacionalidades históricas, donde decir España era (y es) la forma más precisa de mentar a la bicha. Total que, por causas de toda laya y un sinfín de reflejos o tics de espuria condición, el de este país era más bien un nombre en entredicho y hasta ninguneado. Tal vez solo las recientes victorias del deporte español, y en especial del fútbol, consiguieron extender entre el común de la población el uso normal de la palabra España sin necesidad de acudir a explicaciones vergonzantes o al disimulo de un rastro de furia blanquecina en los belfos. Aunque, eso sí, muchas veces a costa de que la expresión fuera envuelta en frenesíes pintorescos, como la matraca esa del «yo soy español, ejpañol, espanyol, ezpañó», que se ha convertido en el grito tribal de las hinchadas de todos los deportes en que compite alguna selección española, o, sin ir más lejos (y aunque se mosquee Mourinho), el Real Madrid. Pero ahora resulta que todo esa controversia nominal y esa purga o decantación de sentimientos en torno a la vieja «piel de toro» (otro capotazo) no tienen ninguna razón de ser. «España es una marca», dice el ministro de Asuntos Exteriores y de Márquetin. Y lo repite el de Administraciones Públicas y Ventas Diversas. Y hasta se le cuela al contradictorio presidente Rajoy («tampoco rajo hoy») por alguna burbuja del plasma en el que parece vivir. Así que, mientras canturreo para mis adentros la vieja canción del colacao (quizás porque me siento, si no como aquel negrito, sí como un simple bote colocado en el estante de una tienda de ultramarinos), trato de conjurar el exceso de asombro y la parca pesadumbre tanteando un palíndromo tan laborioso como acaso revelador. Hélo aquí: 


La mar(aba)ca España, ¡coño!, ¡caña!, psé..., ac(aba)rá mal

[RAA, 8:37 Palíndromos ilustrados, 16]

Reconozco que el espejo tiene algunos desconchones, pero tratándose de un asunto tan atrozmente viejo, no es extraño que el azogue zigzaguee un poco, sin duda por exceso de polvo y herrumbre. Con todo, dejo en manos de las seguras dotes teatrales del lector la entonación, los gestos y hasta los dobles o triples sentidos (incluidos los de los forzosos pero intencionados paréntesis) con que puede escanciarse la frase capicúa. Y para acompañar a esa «marca España» en la que al parecer se cifra hoy nuestra condición de país, ofrezco este curioso eslogan, también capicúa, desdoblado del pertinente anuncio que encabeza estas líneas:


 ¡Soborne en robos!

[RAA, 3:14 Palíndromos ilustrados, 17]

Por cierto, sobornar en robos ¿no es un nombre apropiado para eso que suele llamarse «financiación irregular de los partidos»? 


Imagen superior, de Cuatrolunas, tomada de aquí.

lunes, 22 de abril de 2013

Flechas de abril


Abril (¡ay, Mr Eliot!)
¿El más cruel?
La memoria qué dice
sino el deseo.


Día 15 (casi palíndromo)
Abril sonríe
y al verse en el espejo
reír nos libra.











Día 22 (in memoriam)
Sobre el estanque
de la noche de abril
nadan dos sombras.

Cuando se miran
dibujan sobre el agua
un corazón.


Día 23 (árbol del paraíso)
Mueven sus hojas
los frutos más tempranos:
libros de abril.


Fotografía (c) Xurde Radío





lunes, 15 de abril de 2013

«No hay una historia más grande que la nuestra...»



Entre los muchos momentos inspirados que componen El cielo sobre Berlín (1987), de algunos de los cuales ya hemos hablado aquí, uno de los más emocionantes es esta declaración de amor que Marion (Solveig Donmmartin), la hermosa trapecista, le hace a Damiel (Bruno Ganz), el ángel por fin encarnado.

Es, en cierto modo, un escena de anunciación en la que se han intercambiado los papeles. Con palabras de gran belleza, la mujer le revela al exángel (más aturdido que alertado, torpe y envarado, aunque finalmente alegre) que ha decidido tomarse en serio el amor y que él es el hombre con el que quiere compartir su vida.

En alguna parte he leído que algunas parejas utilizan algunas de estas frases, salidas de la pluma de Peter Handke, para darle emoción a las bodas civiles, más allá de la frialdad de las palabras contractuales y de la asepsia, cuando no torpeza, municipal. No sé si es cierto o no.

Aunque nada en esta declaración, lúcida a la par que sonámbula, permita suponer el yugo del matrimonio (o, para ser más preciso, el matrimonio como yugo), no me parece una mala elección. Es una forma de poner la vida comprometida en pareja bajo las alas de la libre complicidad. Y al amparo de «la luna nueva de la decisión», algo así como un acto de voluntad capaz de marcar el rumbo del destino. 

«No sé si el destino existe, pero existe la decisión», dice también Marion en el momento central de su intenso monólogo. Y añade, con el convencimiento acaso ingenuo pero determinante que todas las parejas enamoradas tienen alguna vez: «No hay una historia más grande que la nuestra». Una forma de subrayar que el amor es la fuerza que transfigura la realidad, tal vez lo único que puede hacerla de verdad real, darle sentido.

Hoy, 15 de abril y 25 años después de un suceso personal de esta naturaleza, es un día apropiado para recordarlo.

domingo, 7 de abril de 2013

Blancos


solo el poema
puede decirte
lo que no sabes

esa es la ciencia
seguir el rastro
de una palabra

aún no nacida
que se presiente
como un chasquido

un rumor leve
entre los pliegues
de la mañana

bola de aire
que va, que viene
que viene y va

marcando un surco
desde el cerebro
al corazón

y luego vuelve
del corazón
hacia el cerebro

un rumor leve
entre los pliegues
de la hora tercia

mientras prosigue
el traqueteo
del tren que cruza

vastas llanuras
árboles móviles
cruces al fondo

las cresterías
tal vez nevadas
de las montañas

un rumor leve
entre los pliegues
del mediodía

el dolor justo
de lo que falta
y el viejo instinto

que te conduce
hacia las grutas
en las que viven

la criaturas
aún no nacidas
y sus cenizas

un rumor leve
entre los pliegues
del meridiano

todo lo miden
polvo en la luz
estas palabras

hojas caídas
que el viento arrastra
hacia el poema...

viernes, 5 de abril de 2013

El abrazo



Vuelvo a ver por enésima vez Matar (a) un ruiseñor. Toda la película está llena de delicados momentos memorables, de un tipo de sugerencias que, en la historia del cine, solo el blanco y negro es capaz de provocar con tanta intensidad y precisión. Como si las imágenes, desprovistas de otros colores pero llenas de matices, percutieran directamente sobre una zona concreta del cerebro que acaso esté ahí desde los tiempos del fuego en la caverna. Un reducto de emoción primaria o primitiva, pura, sobre cuya persistencia, más que pensamiento o proceso racional alguno, parece estar actuando una suerte de instinto moral de la especie. La llamada inaugural de lo que tal vez seguimos considerando la esencia de lo humano, aunque sea cada vez más difícil identificarlo con exactitud en tiempos desalmados como los que vivimos. De entre las muchas imágenes sensibles de este filme prodigioso, siempre me alcanza de forma especial la secuencia del abrazo de buenas noches y clara alegría que Atticus Finch le da a Scout, su hijita (y el diminutivo es sobre todo marca de intimidad), de cuya mirada uno acaba tan enamorado como de la integridad heroica del padre (minuto 1:05 del vídeo). Ese gesto me parece el centro mismo de la inacabable ternura, belleza y valentía que recorren la película. Más allá de las palabras que explican la metáfora principal enunciada en el título, el abrazo de Atticus y Scout muestra de qué fibra está hecho el corazón del ruiseñor. Y dibuja con un trazo muy profundo los vínculos fraguados al amparo del inmenso poder de la inocencia. Hoy, cinco de abril, es un día oportuno para recordarlo.

(Para Clara)

jueves, 4 de abril de 2013

Por alusiones


Qué le vamos a hacer: uno, como el maestro Forges (qué lujo), también es del Athletic. Pero no sé si sactamente sagerao... 

miércoles, 3 de abril de 2013

La realidad


El último episodio inédito de Black Mirror ha llegado a la Moncloa (perdón, a Génova). Lo llaman rueda de prensa y no lo es. No pasa de ser un busto parlante y no hay prueba alguna de que no sea un teleñeco. Lo dice bien claro: «No se trata de ocultar, ni de trivializar, etc...»  Es solo televisión. La última, más refinada y olorosa forma de telebasura. Es lo que hay.

Imagen tomada de elpaís.com

martes, 2 de abril de 2013

Inundación

El «pantano nacional». La imagen corresponde a las inundaciones de Valladolid, pero refleja bien otras realidades que no dejan de invadirnos.
Foto: César Manso (AFP)

En el ránking de escándalos con que un día sí y otro ya te digo nos amanece cada mañana, no creo que ocupe un lugar muy destacado el de las papeleras que desde 1977 han estado amañando el precio de los sobres electorales, para repartirse el negocio a costa del erario público. Sin embargo, su poder corrosivo y desmoralizador es enorme. Significa, ni más ni menos, que la ambición de emplear en provecho propio los recursos del común no conoce límites, y hasta los medios materiales por los que se expresa la voluntad popular han sido objeto de fraude. Se habla y se escribe mucho estos días sobre la necesidad que tienen los partidos de refundarse y sobre la imprescindible regeneración de la vida política. Incluso circulan por ahí, de mano en mano, algunos manifiestos. Tal como se están poniendo las cosas, habrá que ir pensando en refundar la propia «realidad». Aunque, bien mirado, ¿no tienen la impresión de que es ella la que se va recreando sola, ajena a nuestras voluntades, a nuestra capacidad de comprensión, y que no cesa de invadirnos, de inundarnos, de arrollarnos? Qué perplejidad, la realidad, menuda papeleta. Seguro que también está trucada.