domingo, 18 de noviembre de 2012

El Chevrolet de Pessoa

Chevrolet de hacia 1920.


Como suele ocurrir, la poesía estuvo a punto de ser la gran olvidada en la Conferencia sobre Automóvil y Literatura organizada por la Fundación Barreiros y celebrada entre el 5 y el 8 de noviembre en el auditorio de la Fundación Mapfre, en Madrid. Menos mal que allí estaba Enrique Vila-Matas para impedirlo. El escritor, en una de las intervenciones más brillantes de la charla que mantuvo con Eduardo Mendoza, con la ágil y divertida mediación de Manuel Rodríguez Rivero, sacó a relucir el nombre de Pessoa para afirmar, sin ningún titubeo, que el poema Ao volante do Chevrolet pela estrada de Sintra es, a su parecer, lo mejor que se ha escrito en relación con el automóvil. Un poema, añadió, que «suelo leer algunas veces en público y que siempre me emociona mucho, hasta el punto de hacerme llorar». 

Parecía, y el moderador dio pie para ello, que Vila-Matas iba a leer o incluso a decir de memoria (par coeur, más exactamente) el largo poema, pero todo se quedó en la sola mención del título y en el recuerdo de la metáfora central del viajero, eterno insatisfecho, que cuando está en Lisboa quisiera estar en Sintra, aunque sabe que cuando esté en Sintra querría estar en Lisboa... porque, como es bien sabido, la vida (siempre) está en otra parte. [Nota del 1.12.2012: EV-M, desde Estoril, vuelve al poema  en este interesante artículo].

El de Pessoa (de Álvaro de Campos, uno de sus heterónimos, para ser precisos) es un poema bien conocido y está fechado el 11 de mayo de 1928. Es una de sus piezas maestras: junto a Estanco u Oda Marítima, forma parte de los que prefiero. Ha sido traducido muchas veces. Esta que ofrezco es mi versión, apoyada inevitablemente en las que conozco (mencionaré las de Llardent, Crespo y Campos Pámpano como principales nombres) pero diferente en algunos puntos de todas ellas, incluido ese luar, tal vez intraducible, pero que a mi entender, sin ser descifrado en el idioma de llegada, puede privar de una luz esencial a la atmósfera del poema.



 Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra

Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra,
a la luz de la luna y al sueño, por la carretera desierta.
Conduzco a solas, conduzco casi sin pensarlo, y un poco
me parece, o me esfuerzo un poco para que me parezca,
que sigo por otra carretera, por otro sueño, por otro mundo,
que sigo sin que haya Lisboa dejada atrás ni Sintra a la que llegar,
que sigo, ¿y que más puede haber en ir sino no parar y proseguir?

Voy a pasar la noche en Sintra por no poder pasarla en Lisboa,
pero cuando llegue a Sintra me apenará no haberme quedado en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,
siempre, siempre, siempre
esta angustia excesiva del espíritu por nada,
en la carretera de Sintra o en la carretera del sueño o en la carretera de la vida...

Sensible a mis movimientos subconscientes del volante,
galopa conmigo por debajo de mí el automóvil prestado.
El símbolo me hace sonreír, al pensar en él, y al girar a la derecha.
¡Con cuántas cosas prestadas ando por el mundo!
¡Cuántas cosas prestadas conduzco como mías!
¡Cuánto de lo que me han prestado, ay de mi, soy yo mismo!

A la izquierda, la casucha —sí, casucha—, al pie de la carretera.
A la derecha, el campo abierto, con la luna a lo lejos.
El automóvil, que hasta hace poco parecía darme libertad,
ahora es una cosa en la que estoy encerrado,
que solo puedo conducir si en él estoy encerrado,
que sólo domino si me incluyo en él, si él me incluye a mí.

A la izquierda, ya lejana, la casucha modesta, aún menos que modesta.
Allí la vida debe de ser feliz, sólo porque no es la mía.
Si alguien me vio desde la ventana de la casucha, soñará: ese sí que es feliz.
Tal vez para el niño que atisbaba detrás de los cristales de la ventana del piso de arriba
sólo haya sido (con el automóvil prestado) como un sueño, como un hada real.
Tal vez para la muchacha que, al oír el motor, miró por la ventana de la cocina,
desde el piso de abajo
soy algo así como el príncipe que hay en todo corazón de muchacha,
y ella me habrá seguido mirando de reojo, a través del cristal, hasta la curva en la que me perdí.
¿Dejaré sueños tras de mí, o será el automóvil el que los deja?

¿Yo, conductor del automóvil prestado, o el automóvil prestado que conduzco?

En la carretera de Sintra, a la luz de la luna, en la tristeza, ante los campos y la noche,
guiando el Chevrolet prestado desconsoladamente
me pierdo en la carretera futura, me abismo en la distancia que alcanzo,
y, en un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,
acelero...
Pero mi corazón se quedó en el montón de piedras del que me desvié al verlo sin verlo,
en la puerta de la casucha,
mi corazón vacío,
mi corazón insatisfecho,
mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.

En la carretera de Sintra, al filo de la medianoche, a la luz de la luna, al volante,
en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación,
en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,
en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...

El original puede leerse aquí.


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