domingo, 26 de diciembre de 2010

Dados de 2011




                                                                    Ayer es para hoy una ventana
                                                                    Hoy es una ventana para ayer.
                                                                    Ventana para ayer es aun hoy.
                                                                    Para una ventana hoy ayer es.
                                                                    Ayer es hoy una ventana para.
                                                                    Ayer una ventana es para hoooy!


(Ventanas hacia el año 2milONCE)

Imagen: Shutters/Contraventanas, de la serie «Blind Windows», obra de Silvestre Santiago, Pejac,  
situada en la zona asiática de Estambul. / Foto de Julián Santiago, tomada de aquí.



Añadido del 30 de diciembre (tras un nuevo movimiento del cubilete):
Haciendo caso a Shandy (ver comentarios), he aquí una mirada por la ventana al ayer, tres décadas atrás.

martes, 14 de diciembre de 2010

Orfandad y herencia



Ante la absurda (¿pero cuál no lo es?) y desgraciada muerte de Enrique Morente, cantaor y granaíno, maestro genial en ambas artes, sorprende a la vez que emociona la generalizada sensación de orfandad que recorre el mundo del flamenco. Basta echar un vistazo a los periódicos del día o zambullirse un poco en el océano de la Red, en los corrillos de cabales, para advertir por todas partes la enorme admiración que su figura y su obra suscitan.

Pese a la tristeza, conforta saber que los caminos que Morente abrió para poner el cante jondo a la altura de los tiempos, y en concreto su instinto e inteligencia para enraizarlo en una nueva y libérrima forma de entender la tradición, son los que marcan el rumbo de algunos de los intérpretes más cualificados del presente, y que por ello pueden considerarse sus legítimos herederos: léase Miguel Poveda, Mayte Martín, Diego el Cigala, tal vez Arcángel... o, claro está, su propia hija Estrella.

Orfandad, pues, pero también prolongación de un arte que hoy, precisamente hoy, está más vivo que nunca.

En Omega (1996, 2008), mi disco preferido de Morente, una obra infinita en la que siempre queda algo por descubrir (como por descubrir me queda aún, afortunadamente, buena parte de su discografía), se incluyen piezas como su versión del lorquiano Pequeño vals vienés. Un monumento de ligereza y dramatismo, pasado por la "lectura" de Leonard Cohen, llevado a lo esencial del cante con melismas de inusitada pureza flamenca, y finalmente desembocado, coreografía del «Grupo de Danza Andalucía» de por medio, en la pequeña joya de arte total que recoge el vídeo que adjunto al final de estas líneas.

Omega, que muchos críticos consideran el punto alfa de la última renovación del cante jondo, muestra la originalidad y hondura con que Morente supo indagar en los misterios de la voz y el sentimiento afrontando con valentía el mundo alucinado del Lorca de Poeta en Nueva York y dejándose arrastrar por influencias tan en apariencia distantes como la severidad rítmica de una procesión de semana santa y la insolencia punk-rock del grupo Lagartiija Nick.

Morente solía decir que las personas a las que más quería eran los poetas. Y lo demostró muchas veces cantando poemas de Lorca, Miguel Hernández, Antonio y Manuel Machado, Guillén, Alberti, Hierro, San Juan de la Cruz, Fray Luis, Góngora, Juan del Enzina y un largo etcétera que también incluye a Al Mutamid, el rey moro que gobernó la taifa de Sevilla en la segunda mitad del siglo XI.

No es extraña esa afinidad (que tuvo también Camarón y ha "heredado" Poveda) porque el espacio en el que se adentran los grandes maestros del cante se parece mucho al universo que exploran los poetas: unos y otros recorren el territorio de la voz, de las voces, los nombres y los ritmos, en busca acaso de la respiración interna de las cosas. Y se internan así en una geografía en la que aunque los caminos parezcan estar ya bien roturados siempre es posible encontrar, inventar, alguna vereda. La aventura es descubrirla y atreverse a seguirla. Además de un hombre de una gran sensibilidad, Morente ha sido un artista valiente.

Ayer por la tarde, al escuchar por la radio la noticia de su muerte, sobre los mismos papeles en los que estaba trabajando improvisé estos versos que dejo aquí como homenaje.


Sólo había una voz como la suya:
la de un cántaro roto siempre lleno,
la libre forma con que el aire llega
a la cueva más honda, al pie del cielo.


En la imagen superior, Enrique Morente durante una actuación
en el C. M. San Juan Evangelista, en octubre de 2008.
Imagen tomada del blog de la escritora Clara Sánchez.


Postpost: Añado el vídeo del hondo y estremecedor homenaje que Estrella Morente rindió a su padre en su capilla ardiente.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Las manos del hada


Más que a través de sus novelas realistas, apenas leídas al hilo de obligaciones escolares y pronto olvidadas (sin duda injustamente), mi pequeña experiencia de la narrativa de Ana María Matute galopa gozosa por el extraordinario reino de Olar, fantástico escenario medieval de Olvidado Rey Gudú, la novela que la escritora hoy galardonada con el premio Cervantes publicó en 1996, ante la sorpresa de un amplio sector de la crítica que no acababa de entender por qué, tras varios años de silencio, la autora se decantaba por la vertiente fantástica de su obra.

Recuerdo los días (más bien las noches) que pasé sumergido en las casi mil páginas de una narración que, no sin recovecos a veces excesivamente laberínticos, consigue poner en pie un territorio autónomo de la imaginación. O, lo que es lo mismo, un lugar en el que es posible vivir con la suficiente intensidad como para que la experiencia tenga valor por sí misma. Y que incita, además, a replantearse el sentido de muchos aspectos de la realidad. Es decir, los mismos ejes que mueven la gran literatura.

Años después, a finales de 2001 o acaso ya en 2002, la experiencia se prolongó con Aranmanoth, novela breve que podría parecer una rama desgajada del frondoso tronco guduesco, aunque en ella era evidente una inequívoca querencia por la mitología norteña (y, más en concreto, astur, o al menos así me lo pareció a mí), con su predilección por el musgo legendario de los espacios umbríos y los secretos arrancados al corazón del bosque.

Al calor de esos recuerdos, hoy me alegra mucho ver tan alegre a esta mujer, contemplar la energía de sus 85 prodigiosos años y el gesto tan vivo y tierno de sus manos (manos de alguien que ha vivido mucho), con esos dedos leñosos de hada silvestre y libre con los que ha ido tejiendo la tela maravillosa de historias como las mencionadas y otras muchas que justifican sobradamente un reconocimiento que ya tardaba en llegar.

Brujuleando por Youtube en busca de algún documento visual para ilustrar esta nota, llego a este insólito pero divertido homenaje musical, tras el que parece esconderse algún secreto amor de lector agradecido. O quizás sólo la seducción por la eufonía de un nombre. Aquí lo dejo.

La fotografía de Ana María Matute es de Jesús Domínguez; la he tomado de elmundo.es, edición de Andalucía.



domingo, 14 de noviembre de 2010

Berlanga pide la vez


Luis García Berlanga: señal de partida. Foto Cordon Presss.
Estaba cantado que tras la salida de escena de Manuel Alexandre, uno de sus actores habituales, Luis García Berlanga no tardaría en seguir la veredita por la que ya casi todos los cineastas y actores de su generación se han encaminado hacia una mayor o menor gloria póstuma. Eso sí, después de habernos hecho disfrutar de muchos de los mejores momentos que le debemos a la gran pantalla y a la imaginación, lo que a estas alturas es como decir a la vida en general, ya casi pura ficción ella también... si es que alguna vez ha sido otra cosa.

Pero aunque lo previsible se cumpla, y más aún porque se cumple, no deja de resultar desconcertante, amén de ominoso, que la visita de la vieja dama una a lo inexcusable de su llegada la crueldad de su reiteración. El propio Berlanga lo dejó dicho en una de sus últimas declaraciones con su habitual franqueza dialéctica: «El dolor me jode, pero morirme me jode más». La cabronada esa de la muerte.

Berlanga, junto con Buñuel y Bardem, es la otra gran B de las muchas "bes" grandes con que se escribe el cine español. Como muchos críticos han puesto de relieve, sus logros dentro de lo que suele denominarse la tragicomedia hispana no tienen parangón. Así lo demuestran la fundacional y ya archisobada Bienvenido Míster Marshall (1953), y sobre todo esas «dos auténticas cimas del séptimo arte» (Navajo dixit) que son Plácido (1961) y El verdugo (1963), joyas blanquinegras cuyo extraordinario fulgor es literalmente inagotable (la sabiduría 'erratil' quería que el adjetivo fuera «inagitable»; quede constancia). En estas obras, vida y muerte se dan la mano desde una mirada tan crítica como compasiva y reveladora de la profunda verdad que esconde el tópico tantas veces reiterado en su cine : «No somos nadie».

Igualmente destacable, aunque su mérito artístico sea de otro orden, me parece la trilogía del Marqués de Leguineche, y en especial sus dos primeros títulos, La escopeta nacional (1978) y Patrimonio nacional (1981), tan útiles aún para entender de dónde provienen ciertos atavismos patrios que parecen decididos a seguir dando la matraca hasta el final de los tiempos.

Y algo parecido puede decirse de numerosas escenas de La vaquilla (1985), o de algunos fragmentos explosivos de obras posteriores como Moros y cristianos (1987), Todos a la cárcel (1993) y París Tombuctú (1999), en las que lo "explosivo" tiene un significado estrictamente fallero no inapropiado en un director valenciano.

Entre tantas secuencias y, sobre todo, planos-secuencia memorables del cine de Berlanga, rescato estos dos momentos de Patrimonio nacional (1981), tal como los he encontrado en YouTube. El primero me parece adecuado digamos que por sus claras alusiones al momento y por la gestualidad decepcionada del marqués (Luis Escobar) en la escena del helicóptero. Y el segundo, por el gran Luis Ciges, uno de mis actores preferidos, único e inimitable en cada una de sus intervenciones. Calculo que habré visto veintitantas veces la descomunal metáfora del palo de billar y nunca he podido resistir la risa convulsa. Ambas escenas, además, tienen el añadido genial, tan propiamente berlanguiano, de que quienes caricaturizan con tanto vigor a la desopilante aristocracia española son en verdad aristócratas. O sea, realismo puro. Puro Berlanga.

Un subrayado final para amantes de curiosidades cinéfilas: el villancico que suena en la segunda escena de Patrimonio nacional es el mismo que se oye al final de Plácido: «Madre, a la puerta hay un niño».





viernes, 12 de noviembre de 2010

Para Ory


Post para Carlos Edmundo de Ory,
coinventor del postismo


Se nos ha puesto De Ory de puntillas
sobre un aerolito indescifrado
por mor de ver si es que hay del otro lado
algo más que un paisaje sin orillas.

Su música de lobo en soledumbre
y su flauta prohibida y melancólica
derraman sobre el día la hiperbólica
fragancia de la sombra y de la lumbre.

Lleva en sus manos tantas maravillas
que una lámpara más alerta el cielo
mientras él pasa. No miréis su vuelo.
Abridle la escotilla de la casa.

Que more en su morada y en su cava,
en su cabaña misericordiosa,
en su carne verbal, ligera y llena.

De Ory se ha ido. Sus palabras lava
de un volcán fueron, fuego de una rosa
que hace la noche arder solar y plena.



Foto de Ignacio Gil, tomada de abc.es


domingo, 31 de octubre de 2010

Tumba


Devana sombra en su telar la noche
y el viajero avanza entre la niebla. 
Las cosas mueren sus pequeñas muertes
bajo el silencio de la luz. El mundo 
huele a tormenta y a desván cerrado.  

Cierro la puerta. Tomo el libro. Leo. 

Por las palabras cada objeto tiene 
la doble vida de su ser sin cuerpo, 
grutas que el aire esculpe en la memoria. 
La noche, ahí fuera, es resbaladiza. 
Dentro se escucha una respiración. 

De vanas sombras, de deseos locos, 
se llena el día. 
Sigue, viajero, 
no te detengas. Y mantén la calma.




Lápida de la tumba de W. B. Yeats en el cementerio de Drumcliffe, 
condado de Sligo (Irlanda).
Foto AJR

jueves, 28 de octubre de 2010

Ruizgalán en la Urbe


La nueva sensación de la ciudad, aún semisecreta pero ya creciendo de voz en voz por corrillos cada vez más amplios del  país, se llama Ruizgalán. Tiene una llave como emblema y ha llevado a sus diseños de moda algunos insospechados latidos visuales de la urbe: manchones, desconchados, herrumbres, las ruinas menores que cada día podemos ver en cualquier esquina.

Pablo Galán Ruiz, que desde su último desfile-exposición firma sus creaciones como Ruizgalán, es un joven artista que utiliza la ropa como medio de expresión. Un diseñador textil que experimenta con los tejidos tomándolos como soporte artístico y busca convertir sus creaciones en un lugar de encuentro de muy diversas artes e industrias: ropa esculpida con sugerencias arquitectónicas e ilustrada con innovadoras técnicas de impresión.

El espacio Utopic_US, una nueva y singular sala de eventos en pleno centro de Madrid, acogió anoche el desfile de la nueva colección del joven diseñador. Fue recibida con entusiasmo por el numeroso público  que abarrotaba el espacioso recinto. Y en las laberínticas dependencias del sótano de lo que fuera una tradicional tienda de telas quedaron expuestas las instalaciones que varios artistas han hecho a partir de sus diseños.

 




Diseños de Ruizgalán "instalados" en el sótano de Utopic_Us.
Fotos © AJR, 2010 

La rica confluencia de procedimientos desde la que Ruizgalán se plantea sus creaciones se concreta en texturas capaces de sugerir distintos escenarios y emociones. Superficies sobre las que disponer, con toda la intención, una mezcla de estímulos que nacen de experiencias guiadas por el ojo, la mano, la mente y el corazón, y que acaban configurando el mapa de una sensibilidad alerta.

Diseños que, al ser desfilados en la improvisada pasarela, describen un paisaje humano duro y anguloso, con una mezcla de rigidez y levedad que resulta inquietante (tal vez porque a veces nos recuerdan impedimentas más o menos bélicas).

Y prendas que, colgadas y exhibidas como si fueran esculturas, fragmentos del teatro de la vida o seres deshabitados, se transforman en edificios minimalistas destinados a la contemplación, a la experiencia sensorial. Quién sabe si también en un reto a la osadía indumentaria de algún abanderado del futuro.

La Urbe de Ruizgalán nos enseña a mirar de otra manera el espacio urbano. Y, de paso, también a vernos a nosotros mismos con ojos diferentes. Sus diseños ponen sobre la piel y sacan a la luz los resquicios con que la ciudad, tal vez sin que nos demos cuenta, coloniza nuestro interior.


Ruizgalán en su estudio, fotografiado por Álvaro García para El País.

martes, 19 de octubre de 2010

Reinos












El reino del poema
es el silencio.
De él nace
y a él regresa
tras el vuelo
tan breve
de la vida.

El reino del silencio
es el poema,
el mapa que describe
sus provincias
de arena tatuada
que el mar borra.

Mi reino
es el poema
de la sombra
que ha de cubrirlo todo
hasta el silencio.

                                                           (Imagen y semejanza)


Guerreros-buda, esculturas de Xavier Mascaró expuestas 
en el Paseo de Recoletos de Madrid (febrero de 2010). 
Foto © Clara Ramos









domingo, 17 de octubre de 2010

El temblorcillo de la "i"


Se fue Manuel Alexandre por el mismo camino que antes siguieron Agustín González, Fernán Gómez, López Vázquez, Antonio Ozores... y tantos otros. Le han dedicado recuerdos y homenajes muy inteligentes, emotivos y bien documentados. Imposible añadir una línea que pueda aportar algo. Pero como no quiero que la Posada se quede huérfana de su recuerdo, contaré sin pudor una historieta privada un tanto embarazosa, aunque leve e insignificante como un pecado venial.

Durante mucho tiempo, en mis trabajos como redactor editorial, cada vez que en un artículo o en un pie de foto tenía que escribir el nombre de Manuel Alexandre, me asaltaba la duda de si concederle o no el Nobel. Quiero decir que dudaba si su apellido se escribía o no como el del poeta Vicente Aleixandre, que hoy parece un poco olvidado (salvo por los líos en torno a su casa y su herencia), aunque durante años, antes incluso de que le otorgaran el premio que ahora tan justamente le acaban de dar a Vargas Llosa, fue una referencia cultural de primera magnitud.

El caso es que, cansado de una duda tan estúpida y de los innumerables paseos a que me obligaba, en  aquellos remotos tiempos preinternáuticos, para consultar la grafía correcta en la biblioteca de la editorial (recuerdo sobre todo la redacción de Salvat, pero es posible que ocurriera más veces en la de Anaya), acabé por idear una estrategia mnemotécnica (también valdría sin la primera "n") algo enrevesada pero que acabó resultando eficaz. Consistía en asociar la característica más llamativa de Alexandre, el trémolo o temblorcillo de voz con que solía interpretar sus papeles, con la imagen de una "i" temblorosa, como de dibujo animado, literalmente aterrorizada ante la posibilidad de ser insertada en una palabra en la que no debía figurar. De ese modo, cada vez que me veía en la tesitura de escribir el nombre del actor, saltaba en mi cabeza una cautela cerebral: «¡Acuérdate del temblorcillo de la i!»

Curiosamente, el día en que me enteré de que en realidad el verdadero apellido del gran cómico era Alejandre, alguna otra asociación neuronal inconsciente reemplazó la elaborada triquiñuela, y ya nunca más tuve necesidad de acudir a fantasías vocales para escribir con corrección su nombre.

Descanse en paz, pues, Manuel Aleixandre, al que, ahora que lo pienso, no hubiera sido injusto concederle el Nobel al actor de reparto más actor de reparto de nuestro cine: o sea, alguien completamente imprescindible y de cuya peculiar dicción quizás una forma irónica de evocar el desparpajo del chuleta madrileño podremos seguir gozando al revisar su rica y larguísima filmografía.

Este vídeo de YouTube muestra los espléndidos minutos finales de Plácido (1961), la genial película de Berlanga que es algo más (mucho más) que un retrato de época. En ella, Manuel Alexandre interpretó uno de los grandes papeles de su carrera, y con el temblorcillo en todo su esplendor.: «Hoy vamos a comer cosas modernas, ¡como los americanos!»



Y, en este vídeo de Google, otra secuencia inolvidable: el encuentro entre el señor Roque Freire y el bandido Malvís-Fendetestas en El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda.

viernes, 15 de octubre de 2010

Formidables



In memóriam Alberto Oliveras (1929-2010).

A la cortinilla musical de su programa Ustedes son formidables, que se abría con el cuarto movimiento, «Allegro con fuoco», de la Sinfonía número 9 «Del Nuevo Mundo» de Antonin Dvořák, le debo la primera, imprecisa pero ya contundente, noción del inmenso tesoro de la música clásica.

Desde entonces, la palabra "formidable" está unida en mi memoria y supongo que en la de muchos coetáneos a su nombre y a esa música.

Coincidencia que suma: el otro día, en lo de Gorbachov, volví a ver y pude saludar al periodista Antonio D. Olano, que recuerda en El País  sus colaboraciones con Alberto Oliveras, allá por los primeros sesenta. Como dice mi amiga María Teresa (que hoy celebra su santo: ¡felicidades!), ya va haciendo tanto de casi todo que...

En el vídeo, la Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Herbert von Karajan.

jueves, 14 de octubre de 2010

La mina y el idioma

He sido uno de los mil millones de personas que, según las más fiables estimaciones, siguieron en directo a través de la televisión el exitoso rescate de los 33 mineros atrapados en la mina San José de Chile desde el pasado 5 de agosto, retransmisión ya transformada en uno de los acontecimientos globales más importantes de la historia de los medios de comunicación y probablemente el más seguido a través de Internet.

Los seis 'rescatistas' o 'rescatadores', ya solos, en el fondo de la mina.
Foto Efe.

Un suceso cuya emotividad y dramatismo, su inmenso poder mediático, sus explotaciones políticas (en varias direcciones) y su valor como logro técnico y organizativo son sólo algunas de las muchas perspectivas psicológicas, sociológicas, económicas, industriales, laborales... desde las que puede ser contemplado, y desde las que sin duda será analizado, revisado y repensado en el futuro. Lo cierto es que ya ha hecho correr ríos de tinta, sobre todo electrónica.

Y ello por no hablar de los diferentes récords y marcas que han quedado establecidos o han sido superados (mayor rescate minero de la historia, días de permanencia bajo tierra, profundidades salvadas...) durante el desarrollo de esta tragedia felizmente reconducida hacia una verdadera historia de salvación, con resurrección incluida, como sugiere el mismo nombre del renaciente ave Fénix elegido para designar al artilugio mediador, toda una valiosa pieza de museo (en realidad, dos) cuyo diseño parece haberse inspirado en alguna edición ilustrada de una novela de Julio Verne.

Y sin que falten, tampoco, las siempre oportunistas simbologías numéricas, entre las que la más llamativa quizás sea la de que el rescate de los 33 hombres haya culminado el 13 del 10 del 10 (cifras que suman 33)...

Como «suceso televisivo», el rescate de la mina del desierto de Atacama ha sido comparado a la llegada del hombre a la Luna (el primer acontecimiento universalmente retransmitido), a la primera guerra del Golfo (la primera vez que se televisaba a hora fija un conflicto bélico) o el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York (el primer día de todo lo que vino después).

Y es verdad que tiene esa categoría. Aunque a mí lo que no dejaba de rondarme por la cabeza, tal vez como revancha imaginaria de una tragedia "televisiva" especialmente dolorosa, eran las imágenes angustiosas de Omaira Sánchez, la niña colombiana que quedó atrapada a causa de la explosión del volcán Nevado del Ruiz y a la que prácticamente vimos agonizar ante las cámaras, sin que fuera posible su liberación. Ocurrió hace ahora casi 25 años: entre el 13 y el 16 de noviembre de 1985.

El rescate de los mineros visto por Alberto Montt.


Rico idioma

En medio de la fascinación con la que seguí, de forma intermitente y combinada con otras actividades pero con continuidad, las largas horas de la Operación San Lorenzo, uno de los aspectos que volvió a centrar mi interés (suele ocurrirme siempre que la fuente de la noticia es la América hispana) fue la cuestión idiomática. En concreto, la riqueza expresiva del español de allá, la calidad y calidez con que gentes de diferentes condición social, y en particular de los estratos más humildes, son capaces de contar sus sentimientos y exponer sus opiniones.

Y de nuevo volví a pensar que ese envidiable uso popular del poder de las palabras nos ayuda a ensanchar los cauces expresivos de una herramienta de comunicación, nuestra lengua española, sobre la que demasiadas veces la minoría hispanohablante de acá (apenas el 10 por ciento del total) tenemos un sentido excesivamente patrimonial, acaso ligado a otros sentimientos posesivos que se traducen en algunos prejuicios sociales conocidos por todos.

Lo cierto es que, junto a la espectacularidad de algunas imágenes (incluidas las del interior de la mina, tan irreales como inquietantes) y frente al jabonoso discurso político y patriotero, daba gloria oír hablar a muchos de los protagonistas de esta epopeya, y en especial al más dicharachero de ellos, Mario Antonio Sepúlveda, cuyo relato me parece que tiene valor literario.

Mario Sepúlveda, aún en el interior de la mina.
«Estuve con Dios y estuve con el diablo –declaró Sepúlveda una vez rescatado–. Me peliaron y ganó Dios, me agarré de la mejor mano. Lo único que les pido es que no me traten ni como artista ni periodista. Yo quiero que me sigan tratando como el Mario Antonio Sepúlveda Espinaze, el trabajador, el minero. Yo quiero seguir trabajando porque creo que nací para morir amarradito al yugo, como digo yo. La vida a mí me ha dado cosas muy lindas... me ha tratado muy mal, me ha tratado muy duro. Pero ¿les digo algo...?: creo que he aprendido cosas maravillosas y a tomar los buenos caminos de la vida.»

'Rescatistas' versus 'rescatadores'

Junto a esta brillantez oral, los caminos del lenguaje a un lado y otro del océano me han dejado una duda: ¿cómo deben ser llamados los valientes profesionales de la seguridad que hicieron posible el salvamento de los 33 enterrados?

La prensa y los medios de comunicación españoles los llaman rescatadores, por cierta lógica de uso y en coincidencia con la Disney. En América, en cambio, es notorio que se prefiere el término rescatista, que por estos lares sin duda nos suena, en principio, raro. La RAE no lo recoge en sus obras de referencia, ni siquiera en el Diccionario panhispánico de dudas, aunque es posible que esté en el nuevo Diccionario de americanismos, que no he podido consultar. Tal vez el lingüista y académico cubano Humberto López Morales ofrezca pistas válidas para enfocar esta y otras discrepancias en su obra La andadura del español por el mundo, a la que acaban de concederle el premio de ensayo Isabel Polanco en su segunda edición.

Sin embargo, si uno lo piensa bien y va repitiendo la palabra y ablandado la extrañeza, ¿no acaba pareciendo más razonable llamar a estos especialistas de un trabajo altamente cualificado con un término que está en la línea de socorrista, paracaidista, equilibrista o incluso periodista?

Los expertos dictaminarán, pero con su valiente acción los rescatistas chilenos ya han llevado este nombre desde la mina al corazón del idioma. Y esos latidos deberían recogerse en el diccionario.

lunes, 11 de octubre de 2010

Agustina



Esta mañana, a las siete y media, ha fallecido en el Hospital de San Rafael, de Madrid, Agustina Peña García, una gran mujer, generosa, valiente y luchadora. Un ejemplo de la gente común que muere cada día como nos ocurrirá a todos–, pero un ejemplo único, singular e irrepetible, pues tenía unas cualidades humanas nada comunes, como hemos podido apreciar todos cuantos la conocimos.

Agustina, de 64 años, ha sido derrotada por una grave enfermedad que la fue minando desde septiembre del año pasado, pese a los cuidados médicos y, sobre todo, al cariño y entrega absoluta con que hasta sus últimos momentos la rodearon los suyos, en especial su marido, Ginés, que la cuidó de forma admirable a lo largo de estos duros meses, durante la mayor parte del tiempo en su propio domicilio y sólo en las últimas semanas en el hospital. A él y a sus hijos, Silvia y Tato, junto al resto de una extensa familia, hacia la que Agustina vivió completamente volcada, quiero hacer llegar desde aquí mi sentimiento por su pérdida.

Hasta el momento en que la enfermedad se lo impidió y durante los anteriores 18 años, Agustina venía cada semana varios días a casa para ayudarnos en las tareas domésticas. Un trabajo que llevó a cabo, no solo con completa eficacia y una disponibilidad que iba más allá de lo exigible, sino con un afecto y una sensibilidad que se traducían en innumerables detalles de trato que la acabaron incorporando a nuestra vida como un miembro más de la familia. Y uno de los más importantes, por cuanto tenía el gran valor de hacernos la vida más amable.

Como homenaje a ella he colocado en la pared de la Posada la imagen de un vuelo de grullas en un paraje no muy lejano de los campos de Candeleda, el hermoso pueblo de la Sierra de Gredos en el que Agustina nació y al que seguía estrechamente vinculada. Allí pasó algunos de los momentos más agradables de una vida siempre entregada al trabajo y a demostrar con enorme dedicación el cariño que sentía por su familia y sus amigos, entre los que tuvimos la suerte de contarnos.


Gracias, Agustina. No te olvidaremos.


Imagen © José Luis González Grande 
Tomada de Fotos Naturaleza

sábado, 9 de octubre de 2010

La Transición de Cercas


La concesión del Premio Nacional de Narrativa a Javier Cercas por una obra que no pudo nacer como novela y para la que el autor necesitó inventarse un género híbrido, a mitad de camino entra la crónica periodística, el ensayo político y el relato heroico (incluso con su punto elegíaco), me parece que reconoce la culminación de un esfuerzo plasmado en un libro que desde hace meses figura en la biblioteca de la Posada y que nos ofrece un retrato exhaustivo, verosímil, y ya inexcusable como referencia, de los años de la Transición.

La interpretación del significado de cualquier periodo histórico es un tarea siempre incompleta. Mucho más si, como es el caso, aún se está viviendo en la cola del dragón, incapaces por falta de perspectiva de verle a la bestia la cabeza completa o todo el espinazo, y mucho menos el aludido apéndice caudal cuyas convulsiones aún son peceptibles y a veces amenazan con golpearnos.

Y justamente porque la Transición corre el peligro de convertirse, si no en un cadáver molesto, sí en una historia oscura y maniquea, que puede ser contada de forma interesada según las perspectivas, el libro de Cercas es una obra que tiene un gran valor añadido: no sólo es buena literatura sino que consigue que la literatura sea un excelente aliado para la comprensión de la historia cercana.

La metáfora de la congelación visual de un instante (unos pocos segundos en la historia hiperreal del 23-F) y el prodigioso análisis que de él hace Cercas en su libro, insertándolo dentro de la secuencia completa de lo grabado por la cámara de televisión cuyo ojo vigilante los golpistas no advirtieron, ponen en pie un relato que en más de un aspecto contradice lo que podríamos llamar la «versión oficial y autocomplaciente» de lo ocurrido en aquellas horas. Al mismo tiempo, proporcionan algunas claves muy bien argumentadas que permiten entender con gran profundidad lo que allí se dilucidaba. La obra se convierte así en la historia mejor contada de la Transición de la que hasta ahora disponemos, en parte porque asume, filtra y resume todo lo valioso de las investigaciones e historias precedentes.

Pero es también, y aquí radica su importancia, la fundación de la Transición como tópico literario, como sustancia narrativa que, tras negarse a correr por los cauces de la ficción convencional, fue rompiendo los diques de los géneros y vino a desembocar en una ficción mayor, capaz de asumir el relato de la realidad.

Anatomía de un instante es en el fondo (y, en parte, también en la forma) un fruto cervantino que avanza con soltura por un territorio tal vez no del todo inédito, pero raras veces frecuentado a la hora de dar cuenta de la naturaleza de la realidad, y al que ahora este premio, incluso forzando las costuras de su nombre genérico, acaba de reconocer con justicia como una pieza mayor de la imaginación.

jueves, 7 de octubre de 2010

Donde el 'don de' es también 'donde'

El poeta Claudio Rodríguez en 1998,
fotografiado por  Gorka Legarceji. 
Sin que quepa incluirla en la categoría de «error interesante», desde el punto de vista literario, a la que Jordi Doce ha dedicado una lúcida reflexión (Ensayo y error), la minúscula errata (por omisión) que aparece en el artículo sobre Claudio Rodríguez publicado por Juan Goytisolo en el último número de Babelia sí creo que propone una variante del título del primer e irrepetible libro del poeta digna de ser tenida en cuenta.

Porque ese Donde la ebriedad en que, hacia la mitad de la pieza de Goytisolo, se transforma el título real (y aquí sin el artículo "el" que por error se le añade tantas veces) de Don de la ebriedad, no solo apunta por azar hacia otra forma pertinente de llamar al poemario que reveló al poeta, sino que también sugiere una mención explícita del lugar en el que Claudio Rodríguez, como pude comprobar algunas veces, se sentía más a gusto: en las tabernas, mezclado con el pueblo y sus afanes, compartiendo la charla, el vino y, si venía al caso, algunas canciones populares con un grupo de amigos, tal vez de conocidos solo. 

Esa errata, con su culpa feliz, nos llevaría así a un lugar común y cotidiano que, sin embargo, iluminado por la claridad que tienen siempre las palabras del poeta, bien podría ser tomado a modo de cifra y manifestación de una idea utópica de la vida que también está presente en sus poemas: un lugar en el mundo donde cada ser, como en una «taberna de peregrinos», pudiera tocar «con alegría y con pureza el vaso aquel que es suyo». 

Intuir sobre qué experiencias y emociones concretas y con qué hilos de vida puedan estar trenzadas las imágenes que, en muchos poemas de Claudio Rodríguez, vuelan sobre las palabras como si les estuvieran señalando su verdadera dimensión, el espacio de su cumplimiento, es también un don, acaso más gratuito que ningún otro pero que produce la ilusión de hacer coincidir vida y canto («miserable el momento si no es canto», escribió en otro lugar el poeta) en un todo sin fisuras, lleno de sentido. ¿Y quién puede resistirse a una ilusión de esta naturaleza?

Aparte de eso, el artículo de Goytisolo es una ola más (aunque de gran empuje por quien la firma) de la marea cada vez mayor que está elevando la obra y la significación literaria del poeta zamorano hasta el punto más alto de la poesía española contemporánea.

Además, ofrece una buena excusa para volver a escuchar la inconfundible e inimitable (aunque algunos valientes y atrevidos no cejen en el esfuerzo) voz de Claudio Rodríguez. De cuya muerte, por cierto, se cumplieron el pasado 22 de julio once años ya (¡quién lo diría!).


Posdata: Del 25 al 27 de noviembre de 2010, dentro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez y bajo el título El lugar de la utopía, tendrán lugar en la Biblioteca Pública de Zamora las IV Jornadas dedicadas a analizar la obra del poeta. Aquí, el programa.

sábado, 2 de octubre de 2010

El cuento de Contador


De todas las historias del deporte, las del ciclismo son las más tristes: casi siempre acaban mal.

Se resuelva como se resuelva el caso del presunto dopaje de Contador durante el pasado Tour, el mal ya está hecho. Agravado, además, por la coincidencia de que el mismo día en que saltó a la opinión pública el escándalo en que está enredado el corredor de Pinto, y que le ha valido una suspensión cautelar por parte de la UCI, se dieran a conocer otros dos posibles dopajes en la pasada Vuelta, que afectan al segundo clasificado, Ezequiel Mosquera, y a uno de sus gregarios, David García. Hoy mismo la campeona de mountain bike Marga Fullana ha admitido que tomó sustancias prohibidas durante el pasado mundial de la especialidad celebrado en Canadá. Es como si un pérfido guionista hubiera dispuesto la secuencia de estas muy malas noticias con la secreta intención de que el golpe a la credibilidad de un deporte que siempre ha tenido problemas para establecer con claridad sus casi inhumanas reglas de juego (y, sobre todo, para controlar su cumplimento) pueda acabar siendo de enorme contundencia, tal vez irreversible.

Las explicaciones dadas por Contador sobre cómo pudo llegar una insignificante cantidad de clembuterol a su sangre (el consumo de un carne contaminada) son tan creíbles como lo son su palmarés y su condición de deportista excepcional, con el que tanto hemos disfrutado. Por otra parte, todo el mundo admite que, aún suponiendo que el ciclista hubiera tomado voluntariamente ese producto (de uso casi exclusivamente veterinario aunque, según me informa mi bioquímico de cabecera, en humanos es "un broncodilatador muy eficaz"), las ventajas deportivas que de ello habría obtenido serían despreciables o incluso nulas. Se está reconociendo así de forma tácita que, en el ciclismo, lo que importa no es el espíritu de la ley sino sólo la letra, el estricto cumplimiento con las interminables listas de sustancias prohibidas, a las que siempre habrá que añadir alguna nueva recién puesta a punto por la industria farmacéutica.

Nadie pone en duda que la vigilancia y castigo de las prácticas tramposas debe formar parte de la competición deportiva. Pero en el caso del ciclismo, el interminable juego de «ratones y gatos» entre los encargados de aplicar las normas y los deportistas parece haber superado hace mucho tiempo todos los límites. Y nos sume a los aficionados en un estado que está a mitad de camino entre el desconcierto y la perplejidad.

La etapa del Tourmalet del Tour 2010, un "duelo de caballeros" entre Contador y Andy Schleck. Foto Reuters.

Dicho lo anterior, en mi opinión es completamente injusto que un deporte de tanta exigencia como el ciclismo se vea sometido a un grado tal de fiscalización que, en la práctica, no sólo condena a los ciclistas a soportar una condición permanente de presuntos culpables, sino que a la postre (como se viene demostrando) hace poco menos que imposible cumplir con su reglamento. Una normativa tan enrevesada que puede provocar situaciones como la que está viviendo Contador, un deportista que revivió en la propia carretera, tras un gravísimo problema de salud, y que con esfuerzo y entrega admirables fue capaz de traer nuevas esperanzas a un deporte al que un aciago demiurgo parece haber condenado a transformarse en una interminable relato de terror.

Ojalá que el «cuento» de Contador sea verdad y que esta triste historia concluya de un modo que le permita seguir demostrando sus admirables cualidades de deportista. Lo cierto es que el asunto, a medida que pasan las horas (incluso mientras escribo esta nota), va ofreciendo más de una arista y amenaza con convertirse en un argumento vidrioso. El periódico francés l'Equipe ha publicado que en la orina del corredor, además del mencionado clembuterol, habrían aparecido sustancias que podrían derivar de restos de las bolsas de plástico que se utilizan para las transfusiones de sangre, lo que daría pie, según conjetura el periódico francés, para sospechar que el ciclista podría haberse sometido a una transfusión de su propia sangre convenientemente oxigenada y tratada para mejorar su rendimiento. Una práctica que, al parecer, no es infrecuente en el mundo de la alta competición. De hecho, el positivo del estadounidense Floyd Landis, que le costó ser desposeído de su condición de vencedor del Tour de 2006, se debió a una de esas autotransfusiones que, en este caso, desembocaron en la presencia de testosterona sintética en el control antidóping.

En otros periódicos europeos, especialmente alemanes, las acusaciones contra Contador y, en general contra el ciclismo español, son aún más tajantes y algunos no se privan de incluir, como en el caso del Bild, montajes fotográficos claramente acusadores. Habrá que esperar acontecimientos.

Por mi parte, no es sólo que quiera creer en la inocencia de Contador. Pienso que, salvo pruebas palmarias en contrario, nada de lo que haya podido hacer puede poner en tela de juicio su entrega al deporte más hermoso y sin duda el más exigente, especialmente en sus tres grandes citas (Tour, Giro y Vuelta). Tan exigente que quizás haya llegado ya a los límites en que el esfuerzo humano es capaz de alcanzar la cima por sí solo.


Imagen superior: Alberto Contador durante la rueda de prensa en la que dio explicaciones sobre su presunto positivo. Fotografía tomada de DNA

martes, 28 de septiembre de 2010

Huelga 29-S: sírvase usted mismo


Por el carácter cada vez más autónomo de mi trabajo y por la condición cada vez más trabajosa de mi autonomía (y viceversa), no estoy en disposición de adoptar una conducta respecto a la huelga que tenga un significado real.  Por poner un ejemplo, ¿no colgar mañana un post en el blog es respetar la huelga? ¿El blog es un trabajo?

En estos tiempos cibernáuticos en los que lo que se ve es solo una parte ínfima de lo que hay (ha sido siempre así, pero nunca antes había sido tan visible) y en los que, por decirlo de algún modo, la realidad no cierra nunca, la huelga general es un oxímoron, una profunda contradicción: lo general, por definición, nunca está en huelga.

Pero naturalmente esas circunstancias y algunas otras cuitas no me eximen ni me privan ni me excusan de tener una opinión. Y de manifestarla. Sí a la huelga, con todas las dudas, la firmeza de fondo, y las salvedades afines que he encontrado aquí, gráficamente aquí y también aquí, y en algún lugar más que les ahorro (porque estoy en huelga).

Con todo, mi parecer más claro al respecto es el que emite la imagen que encabeza estas líneas. Sírvase fría. Tómese con plena libertad.

La escultura, titulada L.O.V.E,  es un gigantesco dedo corazón (11 metros), cargado de razones y emociones, y se expone ante la sede de la Bolsa de Milán. Es obra de Maurizio Cattelan.

Y esperemos, en todo caso, que no haya nada que pueda dar lugar a la reproducción de situaciones como las que recoge este vídeo.


Fotografía de Reuters, tomada de elpaís.com.


sábado, 25 de septiembre de 2010

Cuento d'Otoño


Era viernes y había luna llena.
Estábamos los cinco
–y lo invisible.

Los frutos de septiembre
llenaban con su aroma
no sólo el amplio espacio del patio en la penumbra
también nuestros recuerdos
los caminos andados
en diferentes rumbos
bajo los mismos astros
por puertos que no siempre
figuran en los mapas.

Todo tenía el brillo
y  la precisa estela
de la amistad
la larga mano amable
que allí nos reunía
después de tantos años
para reconocernos
en los viejos afectos compartidos
capaces de llenar aún las palabras
con suficiente luz
para no extraviarnos
en las intersecciones de las calles y el tiempo.

Y las viejas historias
con sus recalcitrantes recovecos 
mil veces visitados
pero aún frescos
como pinturas al fondo de una cueva
volvían a crecer interminables
y hacían aflorar
unas miradas cómplices
un brindis
las francas carcajadas
tal vez el sortilegio de la misericordia
y el cuerpo quebradizo
de las horas sin peso
bajo la luna llena.



Imagen: Luna y chimenea hacia el otoño. © AJR, 2010.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Super-(pero sin)-tramp


La longevidad de grupos como Supertramp y la tendencia de la historia a repetirse (aunque sea como farsa) hacen posible que algunos argumentos musicales del pasado vuelvan a cobrar actualidad. Uno de los momentos más curiosos de la reciente actuación del grupo británico en el Palacio de los Deportes de Madrid (15-09-2010) se produjo durante los minutos en que, para ilustrar varios temas, en una parte del escenario se recreaba visualmente la conocida portada del disco Crisis? What crisis?, publicado originalmente en 1975.

El irónico contraste que la portada sugiere entre los problemas sociales y el feroz individualismo sin duda había que entenderlo entonces en el contexto de la crisis del petróleo de 1973, aquella que lanzó al estrellato mundial siglas como las de la OLP. Pero vuelve a tener plena validez en estos ya largos meses de crisis económica mundial, llamada ahora financiera. Es como si el indolente y pálido bañista que en esa portada se protege parcialmente del sol sobre un paisaje en ruinas no se hubiera movido del lugar, pese a que han transcurrido nada menos que siete lustros.

Lo cierto es que esa sensación de inmovilidad no es gratuita ni casual. Los cuarenta años de historia (1970-2010), excusa de la gira internacional Supertramp 70-10 Tour que está realizando la banda liderada por Rick Davies y John Heliwell (y una vez más sin Roger Hodgson, pese a los rumores de retorno), no parecen haber hecho mella, ni para bien ni para mal, en una música que mantiene todo su poder envolvente, incluso hipnótico, con su mezcla de dulzura y rebeldía, sus afilados falsetes, sus poderosos teclados... y, en fin, su ejemplificación casi de manual de lo que se conocía como rock progresivo, muchas veces más pop que propiamente rock.

Para mi gusto, la mayor pega del espectáculo, y lo que impide que pueda ser considerado como una celebración completa de la «marca supertramp», proviene de la vieja ruptura antes citada entre sus componentes y en concreto del «pacto de caballeros» entre Davies y Hodgson que nos privó de poder disfrutar temas como la Fool's Overture, Even in the Quietest Moments o Babaji, entre otros que al parecer Hodgson ha decidido reservarse para sus conciertos en solitario.

Salvo esa pega, el grupo británico, ante un público complaciente en el que no era difícil ver miembros de al menos tres generaciones, ofreció dos horas largas de música apacible, de imágenes efectistas y ajustadas al milímetro, de lucimientos personales de Davies al piano -tocado en ocasiones con la contundencia del baterista que fue- y de Heliwell al saxo, con momentos de gran viveza rítmica en medio de un dilatado panorama de serenidad. Y el clic final (ver vídeo), pese a ofrecerse formalmente como una propina ante la insistente petición del público, volvió a transmitir la impresión de que todo estaba perfectamente previsto, encapsulado.

Podremos seguir disfrutando indefinidamente de esta música que, si envejece, lo hace con nosotros. Y que siempre tendrá la capacidad de recordarnos los años de nuestra juventud, puede que a veces entre algún apenas disimulado bostezo. ¿Es mucho? Quizás no, pero es. Y es tal cual, sin trampa y pese a que (y perdón de antemano por el chiste malo) cada vez vaya siendo más visible... el cartón. De todos y de todo.



miércoles, 22 de septiembre de 2010

Gil de Biedma en La 2

Jaime Gil de Biedma. Foto © Joan Sánchez.

El jueves 23 (septiembre 2010), a las 22 horas, La 2 de RTVE emitirá Gil de Biedma. Retrato del artista, un documental sobre el poeta realizado por su sobrina Inés García-Albi y que viene precedido de buenas expectativas. En la página de TVE puede verse un avance (lo he encontrado en la página de Espasa, vaya usted a saber por qué).

Junto a las de algunos familiares del poeta, en esas pocas imágenes se muestran opiniones de Juan Marsé, Luis García Montero y el actual presidente de RTVE, Alberto Oliart, que naturalmente no figura en el reportaje en condición de tal ni por favoritismo alguno, como algún despistado podría creer, sino por su íntima amistad con Gil de Biedma y el grupo de poetas de Barcelona. El libro de memorias de Oliart, Contra el olvido (Tusquets, 1998), sigue siendo una tan valiosa como personal y algo parca visión de esa época y esas gentes (en especial el capítulo titulado «Nuevas amistades»).

Del avance de TVE se deduce que el documental también incluirá versiones musicales de poemas gilbedmianos, entre ellas la insuperable y limpia interpretación que Miguel Poveda hizo de «No volveré a ser joven», que ya sonó alguna vez entre estas paredes y con la que el cantaor cerró de forma memorable, según las crónicas, su intervención en la XVI Bienal de Flamenco de Sevilla, el pasado jueves 16.

Hace un par de años, durante la actuación de Poveda en el Festival de La Unión, fui testigo de cómo alguien de entre el público le gritó al joven maestro: «¡No volveré a ser joven!», sin duda pidiéndole que interpretara el poema de Biedma. Poveda miró hacia el sector de donde provenía el grito y, con un gesto a mitad de camino entre la sonrisa y la resignación, se limitó a contestar: «Ni yo tampoco».

La emisión se repetirá el domingo 26 a las 5 de la tarde. Por cierto, en la foto fija del vídeo con que TVE anuncia el programa queda bien patente el extraordinario parecido entre el actor Antonio Resines y el poeta.

Cuelgo la versión que Loquillo hizo del poema citado. Todas las comparaciones son ociosas, vagas e incluso mareantes.



Metáfora del río



Removiendo de nuevo los rescoldos
de un recuerdo fraguado a la intemperie
con la sombra que dejan las palabras,
miro el curso cumplido de este río,
su esfuerzo de animal
zigzagueante
que arquea el espinazo
mientras busca
el abrazo final,
su lenta entrega a la erizada llanura de sal que ha de acogerlo.
Sobre sus aguas veo cómo cruzan
aún vivos
los destellos de cuerpos verticales,
la ilusoria presencia
de unas alas fugaces
que interrogan al cielo y sus fronteras.

Así, mi vida se remueve
en su rumbo predecible
y olfateo en el aire
la sospecha de un azar favorable o sensitivo,
los signos que la espuma dibuja en la espesura
con las luces secretas de la noche
y las primeras nieves,
mientras sigo buscando la palabra
capaz de responder
a la certeza
de la disolución.

Imagen
Atardecer sobre el Tera, desde Puebla de Sanabria. Una bandada de estorninos sobrevuela las aguas.
Foto © Chairego (Manuel López Castro), 2009. Publicada con permiso del autor.